jueves, 25 de septiembre de 2008

72 AÑOS DE DOLOR Y LUTO.Rafael Espino.

72 AÑOS DE DOLOR Y LUTO

“ Todo “desaparecido” proporciona, caso de ser hallado sus restos (la inmensa mayoría fueron asesinados), la resolución criminal de su caso: quién le mató, cómo, cuándo. Las cuencas vacías de sus ojos parecen contener la mirada postrera en la que quedó impresionada la imagen de su matador o matadores. Sus bocas descarnadas no pueden ya acusar, pero acusan, a poco que se emplee para ello la investigación histórica y la ciencia. Su sola y larga existencia de desaparecido, de despojo sin nombre que aparece de súbito, abole de raíz las falsificaciones que sobre el origen, el curso y el después de la guerra proclamaron insistentemente los vencedores para justificar el horror de lo que provocaron, de lo que hicieron y cómo lo hicieron”.
Rafael Torres (Desaparecidos)

El enorme rompecabezas en que se convirtió la población cordobesa de Aguilar de la Frontera tras los acontecimientos ocurridos a raíz del golpe de estado perpetrado contra el gobierno constitucional de la II República, estalló en mil pedazos a partir del día 18 de julio de mil novecientos treinta y seis.

Una porción demasiado grande de la población de este pueblo desapareció sin dejar rastro al comenzar una guerra cruel y devastadora, que comenzó la represión ese mismo día dejando un reguero de dolor y sangre tras la publicación de los bandos del 17 y 18 de julio, que declaraban el estado de guerra y asumiendo todos los poderes la autoridad militar e incitando en los mismos a que comenzaran las matanzas indiscriminadas de las primeras semanas, los primeros meses.
Esta represión no se detuvo en las personas, alcanzó también a todas las organizaciones, partidos políticos y agrupaciones obreras que hubieran formado parte del Frente Popular.

Queipo de Llano decía en la radio “… el ochenta por ciento de las familias andaluzas están de luto y no vacilaremos en recurrir a medidas más rigurosas”.

El Movimiento, desde su comienzo preveía una durísima represión, la máxima violencia, para la consecución de sus fines, la destrucción del orden vigente y la apropiación del Estado.
En esta ciudad, de poco más de trece mil habitantes, sin frente de guerra, sin resistencia, sin conflictos armados contra las fuerzas del “nuevo orden”, se desató una escalofriante carnicería. Fueron pasados por las armas en pocos días casi doscientos civiles. Tal fue la masacre, que se fusilaron a 174 personas en apenas dos meses.

Los cuerpos de las víctimas, apilados en montones, fueron rociados con gasolina y quemados en el cementerio municipal, para hacer imposible su identificación y olvidar el registro de su asesinato y quedar “desaparecidas” legalmente para siempre.

“… yo estaba con mi abuelo y sentí, todo el tiroteo, yo me crei, ya te he dicho,… había muchos muertos, y los estaban fusilando … . Luego nos enteramos que los estaban matando, y luego les echaron gasolina, se formo una humareda negra que llegaba … a mi , una humareda …”
Los asesinatos arbitrarios y los fusilamientos, sin sujeción a ningún tipo de proceso judicial, generaría en los meses siguientes muchos más desaparecidos.

“… los traían al cementerio, los vimos como llegaban muertos en el camión y meterlos, tirarlos a las fosas …”

Este torbellino de locura atrapó en sus fauces a decenas de personas, en los tajos de trabajo, en sus casas, en los centros obreros, en el ayuntamiento, en los campos … y dejó a su paso destrucción y muerte.

“El adversario”, quedó exterminado, y sus muertes jamás se registraron, ni en los juzgados, ni en los cementerios. Sus cuerpos fueron ocultados, para ocultar la complicidad de sus asesinos, sin letreros, sin cruces, sobre la tierra que sepultó sus vidas.

“al oír los disparos, el hijo menor, Francisco (de tan solo 18 años) acudió en ayuda de su familia, pero fue reducido, detenido y subido a un camión junto a otros hombres y mujeres, que corrieron su misma suerte. Nunca más nadie volvería a verlos con vida. Francisco, gritaba a su madre, mientras el camión se alejaba… Los cuerpos permanecieron varios días en el exterior de la casa, fueron arrojados junto a la corraleta de los cerdos, para que sirvieran de escarmiento a todo el que pudiera verlos. Así lo dejaban bien claro y todos sabían lo que les esperaba si no estaban con el nuevo régimen que surgiría del golpe de estado a la república. Nadie supo, jamás donde fueron escondidos sus cuerpos. Nadie, se ocupó de registrar nunca sus asesinatos. Hoy todos ellos aún siguen vivos a efectos oficiales. Ninguna partida de defunción pone fin a sus vidas legalmente.”
Nunca, podremos saber con exactitud el alcance de los asesinatos cometidos. Su cuantificación, su cómputo. Su número quedó también oculto y sellado en las fosas comunes donde fueron arrojados.

“Desaparecidos”.
Hoy, transcurridos más de setenta y dos años de aquellos acontecimientos, aún a nuestro pesar, para vergüenza de toda la sociedad española, aun siguen siguiendo “desaparecidos”.
Familias enteras, masacradas …

“Al buscar a Rafael y no encontrarlo, las represalias se dirigieron a su familia. Tras el registro de la huerta sin encontrar a Rafael, volvieron al molino. Preguntada la familia por el paradero del hijo, y no obteniendo respuesta alguna, ordenaron a Carmela que se pusiera el delantal en la cara, cubriéndose, para no ver lo que estaba a punto de suceder. Carmela se negó rotundamente y pudo contemplar como mataban allí mismo al padre de Rafael (su suegro) de un tiro en la cabeza.
Después le tocó el turno a ella.”

… hicieron que ese recuerdo terrorífico permaneciera grabado en la memoria de los familiares de por vida.

“ … ella sabe muy bien que tras aquella amenaza imborrable unida al recuerdo de todo lo que se ha visto en la vida, hace que el recuerdo permanezca vivo en la memoria y que todo lo que hacemos en la vida se convierta en un puro acto reflejo de supervivencia. Sin embargo a media que el tiempo trascurre, con el devenir de los años esos recuerdos reaparecen volviéndose perturbadores y angustiosos, compañeros fieles, como un tormento obsesivo de la tremenda y marcadora visión de la que nuestros ojos fueron testigos, para poder dominar nuestra conciencia sin poder jamás dejar caer en el olvido el testimonio de unos hechos que marcaron para siempre nuestra vida. Manuela ha visto mucho sufrimiento a su alrededor, en su familia, en sus amigos, en las gentes de su pueblo, toda su vida. Por eso no comprende que hoy por hoy haya que llevar el luto y el dolor todavía a escondidas y de forma clandestina. El tiempo de silencio ha terminado. Y para combatir el olvido y el silencio no hay mejor forma que comenzar a hablar.”

Comenzar a hablar, para que se conozcan los hechos, para que todos sepamos que de forma sistemática y fríamente calculada y planificada, en esta localidad se asesinaron a cientos de personas de edades comprendidas entre los 17 y los 72 años. Que la represión desatada dejó huérfanos de padre a mas de 700 niños pequeños. Que de forma indiscriminada al no encontrar a los hombres se asesinaron también a 5 mujeres ….

Por que los familiares tienen todo el derecho a conocer lo que le sucedió a los “desaparecidos“, a saber donde se encuentran sus cuerpos. Por que aún a regañadientes algunos todavía no han reconocido y aceptado por completo la muerte de sus seres queridos “desaparecidos”. Por que ninguno ha olvidado todavía el intenso olor a muerte desatado, las penas, las angustias, el dolor padecido y todo lo demás.

“ … más que juzgar a los responsables, lo que deseamos de veras es que al menos se reconozca lo que ocurrió y que todo el mundo sepa quienes fueron los que causaron esta masacre …”

“ … no se puede consentir, que para la juventud y mucha más gente, la versión oficial, sea la de que “aquí no pasó nada” .

No es un sentimiento, de odio, no es un sentimiento de rencor, es un sentimiento de justicia. De justicia, sin acudir a la venganza. De justicia después de 72 años de generosidad desbordada.
De justicia, sin olvido, sin perdón, pero sin revancha. Sin sentimiento de odio.
De devolver la dignidad y la reparación moral a las víctimas, desaparecidos y asesinados por defender los valores democráticos y reconocer el derecho de los familiares y herederos a recuperar sus restos, su nombre y dignidad, exhumando las fosas comunes que contienen el dolor y el luto acumulado durante demasiados años.

“… pasaba largas temporadas en nuestra casa. Nos hacíamos mutua compañía. Era pequeña y de un moreno … adquirido por el sol y el trabajo duro en el campo, totalmente arrugadita y muy delgada; parecía que no había nada debajo de su bata, de lo delgada que era. Lo que debió de sufrir la pobre, con el recuerdo del espanto y el dolor de perder a sus seres queridos … y esos gritos de su hijo pequeño llamándola y no pudiendo ella hacer nada. En nuestra casa se decía: “Manolita, ha sufrido tanto, la pobre.”

Por que desconocer el lugar donde yace el ser querido, no tener la posibilidad de poder llevarle unas flores, equivale a no haber podido despedirse de él, a no poder completar ni cerrar el duelo, a mantener vivo el dolor, y a resistirse a borrarlo de la memoria.

Rafael Espino Navarro.-

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