Fuente: http://www.elpais.com/
El paraje granadino en el que fue asesinado Lorca- GORKA LEJARCEGI
Operación García Lorca
JESÚS RUIZ MANTILLA
Desde georradares hasta genetistas. Todo está listo para recuperar e identificar los restos de García Lorca y de quienes compartieron su martirio en los albores de la Guerra Civil. La familia del poeta ha levantado su veto. La última palabra la tiene el juez Garzón
Cada ciudad tiene su propio vía crucis. En el caso de Granada, se trata de un camino sinuoso e inquietante: el que va desde la calle de la Duquesa hacia los alrededores de Alfacar. Fue allí donde se produjo, el 18 de agosto de 1936, el martirio del poeta Federico García Lorca junto a tres hombres más: el maestro Dióscoro Galindo y los banderilleros anarquistas Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí.
FEDERICO GARCÍA LORCA
A FONDO
Nacimiento: 05-06-1898
Lugar: (Fuente Vaqueros)
Arqueólogos, expertos en geofísica, antropología física o en ADN, listos para actuar si reciben la llamada del juez
Muchas fosas de la Guerra Civil se han exhumado en diversas provincias, pero no es el caso de Granada
"Exigimos privacidad absoluta, que no se convierta aquello en un tenderete", pide Fernández Montesinos
Preservar los restos donde están para proteger el lugar de la especulación era deseo de los García Lorca
Todos fueron víctimas de una represión que acabó con 12.500 desaparecidos en la provincia de Granada
Entre la sede del Gobierno Civil, de donde Lorca partió en coche sin saber adónde, y la fosa en que acabaron los cuatro, despojados de su vida y su dignidad, las estrechas curvas siguen sorteando todos los misterios de aquellas muertes. Pero desde que el juez Baltasar Garzón iniciara a principios de septiembre en la Audiencia Nacional un proceso tan ambicioso judicialmente como controvertido, la historia de ese asesinato puede quedar aclarada con la exhumación de todos los restos.
Todo está ya preparado para actuar. Un equipo de la Universidad de Granada, organizado en colaboración con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) de la ciudad, espera simplemente una orden. Está compuesto de arqueólogos, expertos en geofísica, antropología física o en ADN, y dispuesto para recibir una llamada del juez. Será un trabajo corto: dos meses desde su inicio. Si se comparan con los 72 años que han pasado desde el asesinato, se quedan en nada.
Todo dio un giro hace apenas 10 días. Los familiares de Dióscoro Galindo y Francisco Galadí presentaron el viernes 12 una petición para recuperar los cadáveres de sus familiares. El mayor obstáculo hasta el momento había sido el deseo de la familia de García Lorca de no remover el lugar. Pero la decisión anunciada el pasado jueves por Laura García Lorca -sobrina del poeta, presidenta de la fundación que lleva su nombre y portavoz de los familiares- de no impedir en nada el proceso ha cambiado de una manera radical las expectativas de los demás implicados. "Abrir la fosa no cierra nuestras heridas. No nos gustaría que se hiciera, pero respetamos los deseos de las otras familias", ha asegurado.
La reacción supone una clara luz verde. Por los barrancos de Víznar, donde puede haber entre 2.500 y 2.700 muertos según la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Granada, los habitantes de los pueblos cercanos hacen footing y pasean a sus hijos tranquilamente en cochecitos. El paisaje es semidesértico y hosco, pero tiene sus reliquias. La fuente de Aynadamar (la de las Lágrimas), cuyo manantial riega la zona desde el siglo XI, confundió muchas veces, en los siniestros años de la guerra, el rumor del agua con el eco de la sangre. El miércoles destilaba, en cambio, un esperanzador reflejo cristalino.
Puede que la claridad no fuera tan intensa el día en que el hispanista Gerald Brenan se presentó por allí, como todo un pionero de la justicia histórica, en busca del poeta. Lo contó en un más que emocionante capítulo de su libro La faz de España, una memoria limpia y fascinante de su regreso al país de sus amores en los años cincuenta. Al llegar a Granada, Brenan fue donde todo hombre de bien hubiese ido a preguntar por los muertos. Directo al cementerio. Lo recuerda Juan Antonio Díez López, granadino experto en la obra del inglés: "Le dijeron que ese señor no estaba allí, claro".
Muchos han emulado a Brenan, que se encontró un país roto, una tierra huérfana profanada por la barbarie y el jirón de los derrotados. Entre ellos, Ian Gibson. El biógrafo irlandés de Lorca investigó a fondo la muerte del poeta en los años sesenta y publicó un libro que, obviamente, Franco prohibió, y que se ha convertido en la referencia de aquellos hechos. Se titulaba La represión nacionalista de Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca, y en él llegó a marcar el lugar exacto donde, según sus pesquisas, se encuentra la fosa en la que todos fueron enterrados.
Allí le llevó Manuel Castilla Blanco, quien la madrugada del 18 de agosto de 1936 cavó el agujero. Hoy, un parque con el nombre del poeta recuerda un lugar que ha pasado a ser sagrado. Aun así, la sombra de la especulación también lo acecha. "Ahí, junto al pinar donde está la fosa que señala Gibson, bajo esos chalés que han construido, calculamos que hay 40 fosas", asegura Francisco González, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Granada.
Preservar ahí los restos para protegerlos de la especulación era una de las razones que esgrimían los García Lorca para no agredir el lugar. Pero no son las únicas tumbas del entorno. Ni de la provincia. La ARMH granadina tiene localizadas 120 fosas, aunque saben que la que guarda un enorme valor simbólico es la de Lorca y los otros tres represaliados.
Sin embargo, existen dudas más que razonables sobre el emplazamiento. La familia del poeta, pese a admitir que el trabajo de Gibson es de referencia, también las tiene. "Una de las razones que nos impulsan a no querer remover el terreno es que no hay seguridad absoluta sobre la ubicación", aseguran. Francisco González, por su parte, cree que también pueden estar 400 metros antes en el camino entre Víznar y Alfacar. Se lo dijo un habitante de la zona: Valentín Huete García, se llamaba. Según este hombre, el lugar oficialmente reconocido puede no ser exacto. "Él me lo indicó desde aquí", comenta González, situado en el sitio donde se encontraba el emplazamiento conocido como Las Colonias, el último peaje hacia la muerte de los represaliados. "Me señaló exactamente allí enfrente, y me dijo: 'En los olivillos aquellos que hay delante del Caracolar".
Es un sitio que previamente habían indicado otros dos investigadores, Agustín Penón y Eduardo Molina Fajardo. "Quienes nunca han perdido la visión del paisaje, la gente de la zona, indica también este lugar", afirma Francisco González. Lo dice después de señalar una piedra contundente y aislada de otras similares que se encuentran a unos cien metros. "Los enterradores marcaban las fosas con una piedra. Era la manera de indicar que no se removiera el terreno", comenta el presidente de la asociación granadina. Y añade: "En el otro lugar no hay ninguna que lo señale, aunque puede ser una excepción".
El miedo también confunde. "Los que no conocían la zona, como era el caso de Manuel Castilla Blanco, alias Manolillo el Comunista, y regresaron años después, podían equivocarse. Los dos lugares son muy similares. Además iban muy nerviosos; hay que tener en cuenta que en aquella época todavía se la jugaban".
En vista de que el proceso va hacia adelante sería conveniente no confundir demasiado. Pero hoy existe tecnología más que fiable para saber dónde se encuentran las fosas. Con unos georradares bastaría ver en cuál de los dos sitios se ha removido terreno.
Por eso todo está más que preparado. Y los impulsores de la acción, listos para actuar. De ordenar el juez Garzón la exhumación, la asociación tiene perfilado su plan de acción junto a la Universidad de Granada para llevarlo a cabo con todas las garantías científicas. Por un lado, la excavación la haría un equipo de arqueólogos dependiente del departamento de prehistoria y coordinado por Francisco Carrión. Los georradares con los que se exploraría el lugar dependen del Instituto de Geofísica de la universidad. El análisis de los restos correría a cargo del Instituto de Antropología Física que lleva Miguel Botella, un experimentado investigador que ha realizado trabajos con las víctimas de Ciudad Juárez, en México, o con desaparecidos en la dictadura chilena de Pinochet. La operación duraría, según Botella, dos meses. Los pasos están claros: "Identificar las fosas, excavar y estudiar los restos in situ, sin sacar de allí, para identificarlos", comenta el científico. Después se trasladarían a la universidad para un análisis minucioso que después se presentaría a cinco expertos internacionales. Cada familia utilizaría los restos después como estimara oportuno.
Los García Lorca quieren, en principio, mantenerlos allí. Nieves Galindo, nieta de Dióscoro, los llevaría a Puliana. Aquel hombre marcó al pueblo. Era el maestro, y su alcalde, Rafael Gil, del PSOE, ha ofrecido a la familia enterrarlo en el lugar donde enseñó hasta que se le cruzó la muerte en el camino. Nieves está esperanzada. El proceso abierto por Garzón le ha levantado una moral rota en su familia desde la noche en que desapareció. "Toda esa cantidad de fosas con gente enterrada sin nombre y apellidos es como tener animales en las cunetas: un atropello y un abandono total. Ahora nos toca recuperar la memoria a nosotros, nuestras heridas están abiertas. No se han cerrado", comenta esta mujer.
Dióscoro, que contaba 60 años cuando fueron a por él, había cometido un crimen recurrente en su vida: ser ateo y ejercer la enseñanza basada en principios laicos. Los falangistas del pueblo le habían catalogado como el maestro rojo. Cometió el atrevimiento de defender al Frente Popular en las mesas electorales para preservar las elecciones de cacicadas. No fue difícil para los asesinos ponerle una cruz. Una cruz que pesó después en la vida de su hijo Antonio, el padre de Nieves. "Hasta que él murió no quisimos hacer nada. Tuvo miedo toda su vida", asegura esta mujer. Antonio tenía 25 años cuando mataron a su padre. Estudiaba cuarto de medicina y tuvo que interrumpirlo. La carrera en los quirófanos quedó echada a perder y tuvo que buscarse la vida en los andamios, de repartidor o de chófer para una marquesa. "Una buena mujer que intentó devolverle a la facultad", comenta Nieves. Fue inútil. "No quiso volver. Temía que le identificaran y le metieran en la cárcel".
La sombra quedó para los hijos. Marcó a todos. Lo mismo a los descendientes de Francisco Galadí. Aunque es un misterio lo que ocurrió con los más cercanos a Joaquín Arcollas Cabezas, el otro banderillero, a quien nadie ha reclamado. Los dos fueron, además de toreros, insurrectos miembros de la CNT y la FAI. En el alzamiento del Albaicín, además de armarse como piquetes en huelgas y altercados. Los encargados de la represión les tenían ganas. Si Dióscoro Galindo fue detenido en su casa, donde pensaba que nada le podía ocurrir, Arcollas y Galadí cayeron mientras huían.
Los tres pasaron a engrosar la lista negra en la que el número uno era otro. Federico García Lorca, el poeta. Un hombre se empeñó en su detención. El derechista Ramón Ruiz Alonso, que lo encontró en el domicilio de Luis Rosales, donde Lorca se escondía confiado en que nadie se atrevería a buscarlo en casa de un significado falangista. Lo detuvieron el 16 de agosto y el 18 de madrugada comenzó su camino al calvario desde el Gobierno Civil junto a Dióscoro Galindo. Los dos banderilleros se les unieron más tarde, en una de sus escalas del camino hacia la muerte.
Todos fueron víctimas de una represión que acabó con 12.500 desaparecidos en Granada. Si en Víznar se encuentran cerca de 3.000, en el cementerio -otro agujero negro símbolo de la muerte en la ciudad- hay otros tantos asesinados junto a las tapias. Varios fueron amontonados en una fosa que no se cerró. "Una fosa en la que se acumulaban los restos y que tuvieron que cerrar en 1971", comenta Francisco González. Fue un alcalde, Manuel Pérez-Sarrabona y Sanz, quien lo hizo. Pero no porque aquello le pareciera un oprobio, "sino porque había que aumentar los nichos sobre esos terrenos", añade el presidente de la ARMH granadina. "¿Sabes lo que hizo con los cadáveres? Los echó a un vertedero".
La sombra de la represión ha pesado como una losa siempre sobre Granada. Es una asignatura más que pendiente. Desde que los pioneros de la ARMH comenzaron a trabajar hacia 1997, poco han conseguido de las autoridades. Tampoco los granadinos se han mostrado muy colaboradores. "Existe una apatía muy alarmante en la ciudad", asegura Francisco Vigueras, periodista, miembro de la asociación y autor de Los paseados con Lorca.
Las acciones del juez Garzón han dado todo un sentido a sus trabajos. "Hasta la fecha, así como en otras provincias se han exhumado muchas fosas, en Granada no se ha recuperado ninguna". Y eso que llevan un censo riguroso y que han presentado ante la Audiencia Nacional un total de 6.376 casos documentados sobre gente que sufrió represión sólo en la ciudad, sin contar con la provincia.
A la buena noticia para ellos de la iniciativa de Garzón, suman la nueva postura de la familia García Lorca. De hecho, la posición de ellos no ha cambiado, pero el hecho de que hayan anunciado que no impedirán la exhumación es un paso gigantesco para el proceso. "Lo valoramos muy positivamente y estamos agradecidos", aseguraba González, presidente de la ARMH.
La privacidad de la operación está garantizada. "Nuestra intención es proteger los trabajos con un recinto cerrado y contratar seguridad 24 horas al día para que nadie pueda acceder", dice.
Laura García Lorca recalca que ése es un asunto prioritario para ellos. Además del desgarro que para su familia supone ese paso. "Abrir una fosa es espantoso para todos. A algunos les puede resultar un consuelo, una tranquilidad; pero a mí, personalmente, me genera inquietud, sobre todo si no lo has solicitado". El asunto tiene que ver con el término abrir y cerrar heridas, que para ella es confuso y se presta a manipulación. "Ante todo permanece el sentimiento propio, el más íntimo. En mi caso, cavar esa fosa no supone cerrar ninguna herida. Puede que la abra de nuevo".
Son terrenos tan personales como resbaladizos. Como el hecho de considerar la exhumación un acto progresista y lo contrario, conservador: "Eso es algo que se insinúa, que flota y que simplemente no es cierto. No es algo que tenga que ver con la ideología, sino con el sentimiento íntimo, porque nuestra ideología es la que es. Creemos que ése es ya un lugar sagrado y que debe quedar como está. Es nuestra impresión. Sencillamente queremos que se nos escuche y se nos comprenda, aunque no vamos a entorpecer nada".
Es lo mismo que recalca Manuel Fernández Montesinos, también sobrino del poeta, hijo de su hermana Concha, que fue anterior presidente de la fundación. "Creemos que cada uno puede hacer lo que estime más conveniente. Por supuesto, respetaremos todas las decisiones judiciales. Pero éste es un caso especial, especialísimo". También Fernández Montesinos está preocupado por la repercusión mediática. "Exigimos privacidad absoluta, que no se convierta aquello en un tenderete con cámaras. Para nosotros, aquel lugar es un santuario civil; nos resultará molesto, incluso vejatorio remover, pero no nos opondremos", recalca.
Estén donde estén los restos, resulta imposible escapar a aquel recuerdo del espanto. Quienes habían visto a Federico García Lorca en su etapa de la Residencia de Estudiantes representar en la mullida cama de su habitación la imagen y el momento de su muerte, sabían lo que le horrorizaba en aquel momento. Todo aquel vía crucis debió de hacerlo con un látigo en el alma y una corona de espinas rasgándole las entrañas. La mirada perdida, ensimismada, junto a Dióscoro Galindo, dentro del coche por la calle de la Duquesa hacia San Jerónimo y San Juan de Dios. Después, por los empedrados de la cuesta del Hospicio y el paseo de la Cartuja hacia la carretera polvorienta de Víznar. Tras la parada en el palacio del Obispo Moscoso para un control, a Las Colonias. Después, en la oscuridad, cavando su propia tumba, tal como recordaba Gerald Brenan. Una fosa que ahora reclama su definitivo halo de luz. Como si no resultara suficiente humillación para estos cuatro mártires el simple y helado hecho de su muerte.
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FRAGMENTO LITERARIO:
Era una noche sin luna
El historiador Ian Gibson recrea la detención y asesinato del poeta en agosto de 1936
Es la tarde del 17 de agosto de 1936. Ha pasado exactamente un mes desde el inicio de la sublevación contra la República. El golpe de Estado ha fracasado y España está sumida en una atroz guerra civil. En la retaguardia de ambos bandos ya se mata a mansalva. Con la diferencia de que, en la zona nacional, quienes organizan, promueven y llevan a cabo los paseos son de clase media, y en la otra, no. Bastante de ello lo sabe Federico García Lorca, encarcelado desde la tarde anterior en el Gobierno Civil de Granada, y cuyo cuñado, Manuel Fernández Montesinos, alcalde socialista de la ciudad, acaba de ser fusilado contra las tapias del cementerio. Tapias donde ya han caído, según los nombres inscritos en el libro oficial de entierros —copiados en su monografía sobre la muerte del poeta (1983) por el periodista y archivero municipal Eduardo Molina Fajardo—, unas 300 víctimas de la vesania fascista. Y ello sin tener en cuenta los numerosísimos asesinatos cometidos en los pueblos de los alrededores.
A Lorca, amenazado en la Huerta de San Vicente y refugiado en casa del padre de los falangistas hermanos Rosales, lo ha detenido Ramón Ruiz Alonso, ex diputado de la CEDA, famoso en toda la provincia por su chulería y ahora uno de los principales agentes del terror establecido por los rebeldes. El poeta probablemente no está al tanto de que Ruiz Alonso va diciendo que “ha hecho más daño con la pluma que otros con la pistola”. ¿O sí está? ¿Le han informado de que hay contra él una denuncia escrita muy grave, donde se afirma que es “un enlace con Rusia”, en contacto con los soviéticos a través de una radio clandestina oculta en su piano de cola, nada menos; que es íntimo del socialista Fernando de los Ríos; que es un rojo peligroso, un escritor subversivo y por más señas “maricón”? Si no lo sabe, cabe inferir que lo intuye, toda vez que, desde la furibunda recepción acordada por las derechas a Yerma a finales de 1934, no se le escapa el odio que provoca en ciertos sectores.
Acaso está enterado, además, de que el militar que ha usurpado el puesto de gobernador civil de Granada, el comandante y camisa vieja José Valdés Guzmán, es hijo de un general de la Guardia Civil, cuerpo que sigue sintiéndose gravemente insultado por su famoso romance.
Y hay más, bastante más. Por ejemplo, la entrevista publicada el 10 de junio en El Sol (algo así como El PAÍS de entonces), en la cual declaró que la “toma” de Granada en 1492 fue un desastre y que dio paso “a una ciudad pobre, acobardada; a una ‘tierra del chavico’, donde se agita actualmente la peor burguesía de España”. La frase tuvo una gran resonancia local y molestó a mucha gente de orden. ¿Alguien se lo recuerda ahora en el Gobierno Civil, donde se tortura y se machaca, se oyen los gritos de las víctimas e incluso ha habido suicidios? Es muy posible. ¿A él también le han pegado e insultado? Quizá.
El poeta es consciente, sin duda, de que tampoco le favorece la considerable animadversión que existe en Granada contra su padre, culpable de ser algo que apenas existe en la provincia: un rico terrateniente progresista, con antecedentes políticos liberales.
Y hay algo tal vez peor que todo esto: la envidia de unos (por la fama y las ganancias del poeta) y el rencor de otros, entre ellos algunos familiares cedistas y rivales de la Vega, hondamente ofendidos por los rumores que circulan acerca de alusiones personales y despectivas en La casa de Bernarda Alba.
Valdés Guzmán, cuya crueldad es hoy legendaria en Granada, ¿somete al poeta a un interrogatorio? No lo sabemos. Lo que sí hace el gobernador es consultar con su superior en Sevilla, Gonzalo Queipo de Llano —hoy reconocido como uno de los mayores criminales de toda la historia española—, que, a tenor de varios testimonios, ordena que a Lorca, según su fórmula habitual, le den “café, mucho café”. Y Valdés-Pilatos se lava las manos y entrega al preso a sus verdugos.
Angelina, la niñera de la familia García Lorca, había llevado comida al poeta aquella mañana. Lo encontró deshecho. Unos días antes el “señorico” le había dicho en la Huerta: “Angelina, si a mí me matasen, ¿lloraríais vosotras mucho?”. ¿Alguien más le vio en su celda? Tal vez uno de los hermanos Rosales, tal vez el barbero falangista Benet, tal vez… Nada fiable sabemos al respecto.
Aquella noche —noche sin luna— sacan al poeta del Gobierno Civil esposado con Dióscoro Galindo González, maestro del cercano pueblo de Pulianas y acendrado republicano. En la puerta los espera un coche de la infame Escuadra Negra, que arranca en dirección al pueblo de Víznar, situado al pie de las montañas a unos nueve kilómetros al noreste de la ciudad. Allí hay una improvisada cárcel donde suelen pasar sus postreras horas los condenados a muerte “no oficiales” (para los “oficiales” todo termina en el cementerio de Granada). Se conoce como La Colonia.
Cuando Lorca se da cuenta de que van a fusilarle, un joven que hace guardia en el edificio esa noche, José Jover Tripaldi, le ayuda a rezar. Luego los suben a un vehículo y los llevan cerca de la Fuente Grande, manantial conocido en tiempos de los árabes como Ainadamar (La Fuente de las Lágrimas), en el colindante municipio de Alfacar. Allí, en un olivar al borde del camino, los despachan. Según varios testimonios, hubo antes brutalidad e insultos, y es incluso posible que al poeta le diesen en la cabeza con la culata de un fusil.
Entre los esbirros va Juan Luis Trescastro Medina, acaudalado terrateniente de Santa Fe, correligionario de Ramón Ruiz Alonso y célebre en Granada por su machismo. Aquella mañana se jacta en distintos cafés de la ciudad de haber participado en el asesinato y de haberle metido al poeta “dos balas en el culo por maricón”. Se ratificó en distintas ocasiones posteriores. Hacia 1950, cuatro años antes de su fallecimiento, exclamó ante su practicante, Rafael Rodríguez Contreras: “¡Es que estábamos hartos ya de maricones en Granada!”.
¿En qué pensó Lorca durante sus últimas horas, sobre todo sus últimos minutos; él, tan hipersensible ante el horror de la muerte violenta? A mí siempre me ha parecido que tendría muy presente a la heroína granadina Mariana Pineda, cuya triste historia había llevado en 1927 a las tablas. Historia que ahora se iba a repetir en su persona. Poco antes de subir al patíbulo, la Marianita lorquiana oye cantar una escalofriante copla premonitoria: “A la orilla del agua / sin que nadie la viera / se murió mi esperanza”. El poeta había escrito su propio epitafio. Lo acompañaron en su calvario, además del maestro Dióscoro Galindo González, los toreros anarquistas Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas, que se habían opuesto con denuedo a los fascistas. Para mí es un enorme alivio saber que, gracias al encomiable replanteamiento de los herederos del genio, ahora va a ser posible buscarlos. A ellos y a otros muchos. A partir de este momento histórico, Federico García Lorca, siempre tan cerca de los que sufren, se puede y se debe convertir en el máximo símbolo de la reconciliación definitiva de los españoles
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