domingo, 7 de septiembre de 2008

Los que piden auxilio a Garzón.

Fuente: El País.



Javier Jiménez Corcho- SAMUEL SÁNCHEZ


Filiberto Gómez- ULY MARTÍN

Dibujo realizado en la cárcel por Pedro Corcho, condenado a muerte y ejecutado en 1940.-
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Los que piden auxilio a Garzón
NATALIA JUNQUERA -
Familiares de españoles desaparecidos hace 70 años temen morir sin haberles encontrado.

Crecieron en hogares rotos en los que nunca se habló del que faltaba. Muchos sólo guardan de aquel fantasma una fotografía vieja del tamaño de un pulgar y el recuerdo de un par de caricias. Callaron y esperaron mucho tiempo -a que terminara la guerra, a que muriera Franco, a que llegase un Gobierno democrático- para reclamar su cuerpo y su memoria. Han tardado 70 años en superar el miedo a hablar de sus desaparecidos y ahora necesitan encontrarlos. A la mayoría no les queda mucho tiempo. Tres de los nombres que hay detrás de las denuncias que Garzón medita admitir a trámite explican a quién están buscando y por qué. Insisten en que no desean revancha. No quieren sentar en el banquillo a los culpables. Le piden a la Justicia que asuma la investigación y localización de más de 30.000 desaparecidos. Lo que el juez Garzón tiene sobre la mesa de su despacho es, explican los denunciantes, su única y última oportunidad de devolver la dignidad a los que murieron de espaldas, y "cerrar la herida".

MANUEL MUÑOZ (Hijo y hermano de desaparecidos): "Lo que me quede de vida voy a gastarlo en encontrarle"
De su padre sólo tiene una fotografía y un recuerdo: "Cuando volvía de trabajar en el campo, yo le limpiaba el barro de las botas mientras él me iba metiendo almendras en la boca, me acariciaba el pelo y me decía: 'rubio, qué malo eres", recuerda Manuel Muñoz, de 77 años. No es mucho, pero es suficiente para no olvidar que Miguel Muñoz existió. Aunque su familia no sepa aún donde está su cuerpo. Aunque durante años los registros y las instituciones a las que preguntó por él le dijeran: "No nos consta". Aunque su madre no cobrara nunca una pensión de viuda.
Los falangistas fueron a buscar a Miguel Muñoz una madrugada de marzo de 1937 en Comares (Málaga). "Le ataron las manos con alambre y no le dejaron darle un beso a sus hijos", cuenta Manuel, que entonces tenía cinco años. A los tres meses, volvieron a por otro hombre con el mismo nombre. "Se llevaron a mi hermano para luchar con ellos en el frente. Un niño de 17 años, ¡pegando tiros junto a los asesinos de su padre!". No aguantó. "Se escapó y le cogieron enseguida. Le dijeron que si se entregaba a la Guardia Civil no le pasaría nada, pero lo mataron de una paliza".
En aquella casa aún recibirían una visita más. "La encarcelaron por ser mujer y madre de ocho rojillos. Deshicieron mi hogar en sólo 100 días. Se acabó el colegio, las caricias, la familia...".
Hoy, Manuel ha conseguido reunir un dossier sobre su padre y su hermano "que pesa un kilo". Lo tiene listo para el juez Garzón: "Voy a gastar lo que me quede de vida en devolver la dignidad a mi familia".

FILIBERTO GÓMEZ (Hijo de desaparecido): "Es de mi sangre, me duele que esté tirado en cualquier parte"
"Cuando lo encuentre, va a ser como conocerle y despedirme a la vez", explica Filiberto Gómez Fernández, de 72 años. "Tenía dos años cuando lo mataron con otros siete obreros del pueblo. No me acuerdo de él. Pero es mi sangre, y me duele que esté tirado en cualquier parte. Quiero enterrarle en el pueblo, con mi madre. ¿Quién no entiende eso?".
Filiberto trabajó durante 20 años como enterrador en el cementerio de La Almudena (Madrid) y cuando llegue el momento, le gustaría poder rescatar a su padre con sus propias manos. "Espero ser capaz. He inhumado y exhumado cuerpos millones de veces, pero no son lo mismo tus muertos que los de los demás", explica.
No habría podido olvidarle aunque hubiese querido. "Empecé a trabajar en el cementerio en 1976 y los empleados más viejos hablaban de cómo por las mañanas tenían que echar cubos y cubos de arena en la tapia para tapar la sangre de los fusilamientos. En el banco se habla de dinero, y en el cementerio, de muertos".
Fue al colegio por primera vez con 58 años, como conserje, tras dejar el cementerio. Su madre no pudo llevarle. También la condenaron a muerte, con su hermano recién nacido en brazos, aunque luego conmutaron la pena. "Vivíamos en un pajar, comíamos bellotas del campo", recuerda.
"Me he preguntado muchas veces lo que pensaría mi padre mientras le apuntaban con el fusil sabiendo que dejaba cuatro hijos y otro en camino. Y si los que dispararon podrían mirar a sus hijos de la misma manera que antes. Pero no siento odio, ni pretendo vengarme".

JAVIER JIMÉNEZ CORCHO (Nieto de desaparecido): "Sabía que iba a morir"
"Pendenciero, en constante persecución de los elementos de derechas. Cooperó con el mayor entusiasmo por el triunfo marxista durante el dominio rojo. Se sabe que era comunista antes de la iniciación del Movimiento Nacional", se lee en la sentencia de muerte de Pedro Corcho, jornalero. A su nieto, Javier Jiménez, le costó nueve meses hacerse con el documento, pero en poco más de un año ha conseguido reconstruir los últimos días en la vida de su abuelo, un hombre al que no conoció y del que apenas oyó hablar en casa, excepto por la abrumadora amargura de su abuela, "una mujer que siempre tuvo la cara triste y el pelo blanco", incluso de joven.
"Sé que estuvo en la cárcel de Yeserías y en Porlier, aquí en Madrid. Y tengo un documento del 18 de marzo de 1940 en el que dice 'entregado al piquete de ejecución", cuenta Javier Jiménez mientras saca multitud de documentos de una voluminosa carpeta que parece un acordeón. De uno de los pliegues, sale un dibujo. "Mi tía consiguió sacarlo de la cárcel después de que le asesinaran". Pedro Corcho ha dibujado cinco blocs de notas: en uno se leen los nombres de su mujer y sus hijas. En otros tres, la fecha de su nacimiento, detención y juicio. En el quinto ha dibujado un signo de interrogación. "Sabía que iba a morir, pero no qué día iban a fusilarle". En el margen, Corcho, de 29 años se despide de su mujer: "Fui feliz, mas el destino cruel me apartó de la cadena de tus brazos". Su nieto siente, 70 años después, "la obligación" y el deseo de volver a juntarles.
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Más de 4.000 cuerpos han sido recuperados en 167 fosas en ocho años
N. JUNQUERA - Madrid - 07/09/2008

"Aquí hay algo", dijo el arqueólogo Julio Vidal, el 28 de octubre del año 2000, a las once de la mañana, casi al mismo tiempo que el cazo de la excavadora sacaba una bota sobre la que habían llovido 70 años. A Emilio Silva le temblaron las piernas. Su abuelo Emilio estaba allí, en el paseo del corro (llamado así porque los niños, que habían oído que allí había muertos, lo atravesaban corriendo), tal y como le habían indicado.
Entonces, Emilio Silva, ahora presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, todavía pensaba que estaba "resolviendo un problema familiar"; enterrando a su abuelo con Modesta, que antes de morir había hecho inscribir en su lápida funeraria el nombre de su marido. Pero alrededor de aquel agujero en la tierra empezó a aparecer gente con historias similares y mucho miedo. "Te llevaban a su casa, cerraban las ventanas y bajaban las persianas. Y entonces empezaban: 'Es la primera vez que hablo de esto...", recuerda Silva. Desde entonces, se han exhumado en España 167 fosas y se han recuperado 4.041 cuerpos.
Estos ocho años han trabajado entre amigos, con un ejército de voluntarios y sin la intervención del Estado. Desde hace dos reciben una subvención de Vicepresidencia del Gobierno (unos 120.000 euros anuales) para financiar algunas de las exhumaciones que hacen. En cada fosa no hay nunca menos de 15 personas trabajando, pero la asociación sólo tiene una persona contratada. Éstos son algunos de los expertos y voluntarios que han participado en muchas de las exhumaciones.

FRANCISCO ETXEBERRIA, forense "A veces no hay sitio para tantos voluntarios"
"¿Cómo iba a decir que no?", pregunta Francisco Etxeberria, médico forense de la Universidad del País Vasco. Desde que le llamaron para la exhumación del abuelo de Silva ha participado en casi un centenar más. Explica que la primera vez acudió porque sabía hacer lo que necesitaba Silva -ayudar a rescatar el cuerpo, identificarlo y averiguar cómo había muerto- y que luego continuó "atrapado por la dimensión humana". "La gente se va a pasar unos días con otros familiares para dejarnos la casa mientras estamos trabajando. Recuerdo a una mujer que nos contó que durante años estuvo convencida de que el asesinato de su padre estaba justificado y que se dio cuenta de que la habían engañado al ver que su madre evitaba encontrarse en la calle con las mujeres de los falangistas, que la abofeteaban cuando la veían. He hablado con muchísimas familias y no están pensando en que se impute a nadie, y eso que muchos saben quiénes fueron los asesinos. Esa dimensión humana es lo que nos atrapa".
"Al principio éramos muy pocos, ahora a veces tengo que decirle a la gente, voluntarios, estudiantes... que ya somos muchos. Me escriben expertos de todos los rincones del mundo que han participado en exhumaciones en Chile o Argentina y que quieren participar". En una exhumación en Lerma (Burgos), en agosto del año pasado, incluso participó un japonés de 69 años, Toru Arakawa, que cruzó medio mundo para ayudar.

JOSÉ M. ROJAS, investigador "He visto a ancianos de 85 años llorar como niños"
Había leído muchísimos libros de la Guerra Civil, hasta que se dio cuenta de que "en todos faltaba algo". Así fue como José María Rojas empezó a llamar puerta a puerta, pueblo a pueblo para entrevistar a la gente mayor. "Lo primero que me impresionó fue el miedo: cerraban ventanas, contraventanas... antes de empezar a contarte. Y después, el dolor. No sé explicar cómo se siente uno viendo a un anciano de 85 años llorar como un niño. Yo no he visto ninguna herida cerrada. Pensé en dejarlo, porque no sabía si iba a ser capaz de aguantar tanto dolor". Pero Rojas siguió y le compensaron. "Decirle a alguien: 'éste es el cuerpo de tu padre' y ver cómo llora de felicidad, es muy emocionante". Por eso sigue gastando cada rato libre que le deja la droguería en la que trabaja en ir a archivos y recoger testimonios. Ha participado ya en 15 exhumaciones.

G. MARTÍNEZ, familiar agradecido "A los míos los sacó Paco"
"Donde va, Paco [Francisco Etxeberria] me llama. A los míos también me los sacó él". Así explicaba Gonzalo Martínez, agricultor de 50 años, su presencia, en septiembre de 2006, en una fosa en Lerma donde no tenía enterrado a ningún familiar. Desde que recuperó el cuerpo de su tío, ayuda en todas las exhumaciones en las que puede. "A la gente que sabe dónde pueden estar las fosas se le acaba la vida o la memoria. Yo intento recoger testimonios que nos ayuden a encontrarlas. Y luego ayudo cribando la tierra". A veces pasa momentos malos. "Siento una necesidad terrible de sacarlos a todos, de ponerles nombres y apellidos, de devolverlos a su familia. Cuando no los encontramos es muy frustrante. Pero si tenemos suerte, es lo más emocionante del mundo".

GUILLERMO FOUCE, psicólogo 70 años sin cerrar el duelo
En todas las tragedias en las que ha acompañado a familiares -el 11-M, el accidente de Spanair...- hay algo en común: "Sin cuerpo, el duelo no se cierra. Reconocer el cadáver es el primer paso para asumir la pérdida", explica Guillermo Fouce, coordinador de Psicólogos Sin Fronteras en Madrid. Los familiares de víctimas de la Guerra Civil llevan 70 años buscando los cuerpos para cerrar esa herida. "Tratamos de ajustar sus expectativas, pero en general las exhumaciones son momentos felices para ellos".

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