Un poema y una nota
Andrés Trapiello
Madrid (Número 2. Cuadernos de la Casa de la Cultura. Valencia, 1937)
¿Qué te hace valioso?
¿Tu extremada rareza codiciada?
¿Haber sido editado en plena guerra?
¿El que tan grandes hombres como en ti comparecen
al final la perdieran, y pagaran
con destierro y exilio su trabajo?
¿El que la paz que sobrevino luego
les persiguiera a muerte
destruyendo su rastro entre los vivos?
Imposible mirar hoy tus estampas
o leer tus artículos
sin que a uno le invada nuevamente
un íntimo desánimo,
tal vez incomprensible para muchos
ya que aquello pasó y está olvidado...
¿O acaso no,
y esta emoción es algo más que el aura
prestigiosa de toda lejanía?
¿De dónde la alegría de encontrarte,
si aquello de que tratan tantas páginas
son negocios bien tristes?
¿Tan penoso es el mundo, que volvemos
con nostalgia al pasado
igual que el niño huérfano que sólo
puede hallar un consuelo
junto a la estrecha tumba de sus padres?
La ilusión traes contigo, sin embargo,
de que el pasado está aún por escribirse,
de que quizá nosotros
pudiéramos también ser concebidos
de nuevo y alumbrados a una vida más plena
que esta que conocemos, siendo al fin
hijos de otro país y de otro siglo.
Eso acaso nos dices en tu lengua pajiza
llevándonos a un sueño, como un mapa
que tiene de tesoro lo que de laberinto,
y de derrota lo que tiene de vítores.
Nota.
El origen de estos versos está en el encuentro con ese hoy rarísimo número de la revista Madrid, que editó en Valencia la Casa de la Cultura, en 1937. El poema, dedicado a Abelardo Linares que me lo regaló, habla de la imposibilidad de mantener cerrado el pasado, en la literatura o en la vida. La mayor parte de quienes están a favor de las recientes exhumaciones de las víctimas de la Guerra Civil y la posguerra sólo desean dignidad y respeto para ellas, no ganar una guerra que se perdió tantas veces en Badajoz, en Paracuellos, en Málaga, en Sevilla, en las checas de Madrid o en tantos lugares españoles. Sin la menor duda también: la mayor parte de quienes se oponen a esas exhumaciones no tienen a padres, hermanos o parientes queridos en una fosa común o en una cuneta. Lo preocupante es precisamente eso: que no quieran que aparezcan los cuerpos del delito. Nuestro deber moral es llegar hasta ellos y darles una sepultura adecuada, ni un paso más, dejando de lado exaltaciones y desde luego mixtificaciones interesadas. Sabemos que todos fueron víctimas, pero a menudo no estamos seguros de quiénes fueron además verdugos.
Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953). Su última novela es Al morir don Quijote (Destino) y ha editado recientemente el libro La manía (Pre-Textos). En otoño publicará Troppo vero (Pre-Textos).
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