domingo, 26 de octubre de 2008

Huesos secos en medio de la vega

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Huesos secos en medio de la vega

El 16 de noviembre de 1938 un decreto de la Jefatura del Estado establecía, "previo acuerdo con las autoridades eclesiásticas", que "en los muros de cada parroquia figurara una inscripción que contenga los nombres de sus Caídos, ya en la presente Cruzada, ya víctimas de la revolución marxista".

Setenta años después, aquellas placas, para “inmortal recuerdo”, permanecen en las fachadas de muchos templos; mientras que, por toda España, hay “territorios sembrados de horror”: más de 30.000 cuerpos de ciudadanos siguen en fosas comunes en cunetas, barrancos, pozos y cementerios. Sus familiares reclaman esos cuerpos.

Las heridas no estaban cerradas, estaban ocultas. Todo lo descubierto es luz (Ef 5,14). “Durante los 36 años de la dictadura de Franco, los perdedores de la Guerra Civil no podían hablar en público de sus sufrimientos personales ni de las pérdidas padecidas por sus familias…” (Gabriel Jackson). Los obispos (con la excepción del cardenal Vidal y Barraquer, de Barcelona, y Mateo Múgica, de Vitoria), apoyaron la sublevación, el Movimiento, justificándolo como “cruzada”: el advenimiento de la República era visto por la Iglesia española como una traición inadmisible a la vieja alianza entre el trono y el altar.

Llama la atención la doble vara de medir de los obispos: acusan al Gobierno de hacer una ley “selectiva” con la Ley de la Memoria Histórica, mientras ellos llevaban décadas preparando la recuperación de la memoria de sus “mártires” (una iniciativa que los papas Juan XXIII y Pablo VI habían frenado), materializada, a la par que se tramitaba en el parlamento la Ley de Memoria Histórica, con la beatificación en Roma de 498 “mártires” de la Guerra Civil: “un aliento para fomentar la reconciliación” decía el portavoz episcopal. Entre ellos no estaban los 16 sacerdotes vascos asesinados por las tropas de Franco.

MEMORIA HISTORICA ¿Cruzada o locura? es una valiosa y valiente reflexión del sacerdote abulense Jesús López Sáez, responsable del a Comunidad de Ayala, sobre el comportamiento de la Iglesia durante la Guerra Civil y la violenta posguerra. El librito-catequesis se cierra con este capítulo: Huesos secos en medio de la vega, un pasaje del profeta Ezequiel. “Una cosa es dar la vida por Cristo y otra cosa muy distinta quitársela a los demás en nombre de Cristo”. Muchos de esos huesos secos fueron víctimas de un Régimen cuyo Caudillo fue deificado por la Iglesia, al que entronizaba bajo palio en los templos y en las procesiones. “Las guerras tienen caídos en uno y otro bando; las represiones políticas tienen víctimas, pero sólo las persecuciones religiosas tienen mártires”, alegan los obispos.

En el libro Maestros de la República; los otros santos, los otros mártires, la autora, M. Antonia Iglesias, católica, recuerda que “en todas estas historias siempre sale un cura”, actuando como emisario político del Régimen, delatando ("de ideas marxistas, ateo, no asiste a misa"), calumniando, confesando y perdonando en nombre de Dios a gentes honestas enviadas al paredón sin pecado y sin delito. Testigo “privilegiado” de aquella locura es el fraile vasco Gumersindo de Estella (nombre religioso de Martín Zubeldía Inda).

Poco entusiasta con el Movimiento -“la violencia no es cristiana”, meditaba- estando en Pamplona fue conminado por su superior a tomar el primer tren hacia Zaragoza: “... estaré mejor allí que aquí, porque aquí no vivo entre hermanos, sino entre espías y acusadores falsos” le contestó. Allí estuvo de capellán en la cárcel de Torrero. En sus escalofriantes memorias, Fusilados en Zaragoza. 1936-1939, este capuchino, que conocía el destino de muchos presos que acababan ante el pelotón de fusilamiento denuncia la complicidad de un clero empeñado “en acreditar con un sello divino una empresa pasional de odio y violencia”. Y este “detalle”: el cardenal primado Gomá, antes de morir, se confesó con Gumersindo, que había confesado a tantos reos fusilados.

“En los primeros meses de la Guerra Civil, los ‘paseos’ contribuyeron enormemente a desacreditar a la República ... Pero los Gobiernos de Madrid y Burgos tenían una actitud fundamentalmente distinta en cuanto al asesinato como instrumento político ... Los tres gobiernos de guerra, los de Giral, Largo Caballero y Juan Negrín, trabajaron sin descanso para reinstaurar una policía civil y procedimientos judiciales y carcelarios normales, y, a mediados de 1937, habían acabado con los peores abusos, excepto los cometidos en las prisiones estalinistas paralelas.

En los territorios controlados por el Gobierno de Burgos, la ejecución sumaria de masones, comunistas, dirigentes sindicales maestros acusados de difundir propaganda izquierdista, campesinos y obreros sospechosos de oponerse a la dictadura... era política corriente. Hubo militares decentes que intentaron contener a los ‘escuadrones de la muerte’, pero los generales Franco, Mola y Queipo de LLano, junto con sus partidarios de la Iglesia y sus organizaciones laicas, no hablaron jamás de restringir las purgas sangrientas.

Como los asesinados en zona republicana eran, muchas veces, ciudadanos prominentes que habían compartido negocios, colegios y vacaciones con las clases altas europeas, los ‘paseos’ causaron gran impresión internacional, mientras que las muertes silenciadas de pobres desconocidos en las zonas gobernadas por los militares tuvieron poco impacto internacional…” (“El reconocimiento del pasado trágico”, Gabriel Jackson, El País, 2/04/06). Alfonso M. Thió, sacerdote jesuita perseguido, da este testimonio revelador: él estaba dando una tanda de ejercicios fuera de la ciudad, cuando una patrulla anarquista registró la casa. El jesuita pudo escapar, escondiéndose en un bosque cercano. Allí, solo en la noche, pensaba en las raíces de aquella persecución: “Era evidente que la nueva sociedad que surgía en aquellos días rechazaba de una manera rotunda a Jesucristo y a sus ministros.

Me preguntaba: ¿rechazan a los ministros por causa de Jesús o rechazan a Jesús por causa de sus ministros? La primera hipótesis es muy halagüeña, pero la segunda es también posible, y en el rechazarla de plano ¿no habrá nada de fariseísmo?” (Los Jesuitas en el Levante Rojo, Miquel Batllori, historiador). El día después del desfile de la victoria, en la iglesia de Santa Bárbara, Franco se acercó al altar, llevado bajo palio por miembros del Gobierno. “Nunca he incensado con tanta satisfacción como lo hago ahora con V.E." le dijo al caudillo el obispo de Madrid, Eijo Garay. El general depositó su espada a los pies del Santo Cristo, leyó una oración y se hincó de rodillas ante el cardenal Gomá, que le bendijo. Ambos se fundieron en un abrazo. “La Iglesia había triunfado en una guerra civil, que para ella había supuesto una verdadera hecatombe, pero de la que salió restablecida en la plenitud de su poder.

Había sido, después de mártir, verdugo, por completo desprovista de conmiseración para los vencidos; todo lo contrario, no sólo vencedora sino vengativa: sus clérigos habían asistido a la ejecución de decenas de miles de prisioneros una vez la guerra terminada, sosteniendo con su presencia y su palabra una estrategia de depuración y limpieza” (Santos Juliá, Historias de las dos Españas). “No sé quién concibió el último parte de guerra del 1 de abril de 1939. Los redactores no actuaron presos de la embriaguez o el ardor del triunfo. De manera clara, admonitoria y lacónica avisaban, como en las guerras de Roma, que no habría piedad con el vencido ... Sólo una mente perversa es capaz de planificar una especie de ’solución final selectiva’ al estilo del nazismo ...

Recordar la memoria de muchas gentes honradas, la mayoría muy humildes, mártires y héroes anónimos, que muy posiblemente nunca tendrán el reconocimiento por parte de una Institución que proclama ser la guardiana de la doctrina de Cristo, es un noble acto de humanidad para ‘poner un punto final a un agravio histórico, haciendo real y efectivo su clamor de Paz, Piedad y Perdón.

Ahora, además, es la hora de la justicia” (“Cautivos y desarmados”, Martín Pallín, magistrado T.S. El País 1/04/06). La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica lamentó la oportunidad perdida cuando Juan Pablo II estuvo en España, el 3 y 4 de mayo de 2003, para canonizar al sacerdote padre Poveda, asesinado el 28 de julio de 1936: “habría sido la oportunidad para que la Iglesia hubiera perdonado y pedido perdón por la colaboración que tuvo con la dictadura franquista, y haber reconocido así a las miles de familias que buscan todavía a sus seres queridos”.

Braulio Hernández Martínez (Licenciado en Filosofía )

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