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Los resistentes
JOSÉ GUILLERMO FOUCE
Cada vez que trabajamos como psicólogos en el acompañamiento a las víctimas de grandes catástrofes humanitarias o naturales, como el 11-M, El Salvador, Argentina, Spanair o los represaliados por el franquismo, con reiterada frecuencia los periodistas –expresando lo que piensa la mayoría de las personas corrientes–, nos preguntan por el trauma, por el estrés post traumático, por el sufrimiento, por el dolor y las patologías psiquiátricas de las víctimas. Sin embargo, nosotros recordamos mucho más las increíbles capacidades de resistencia que muestran las víctimas, su fortaleza, su entereza, su salud mental, incluso los momentos de humor en medio de la tragedia.
Recordamos y actuamos, además, durante mucho tiempo después de que los focos se marchen y ya no esté de actualidad la tragedia.
Veámoslo a través de un precioso ejemplo extraído del libro Sin destino (2002) del premio Nobel húngaro Imre Kertész: “Incluso allá, al lado de las chimeneas, había habido, entre las torturas, en los intervalos de las torturas, algo que se parecía a la felicidad. Todos me preguntaban por las calamidades, por los ‘horrores’, cuando para mí esa había sido la experiencia que más recordaba”. Imre está contando nada menos que la vida en Auschwitz y Buchenwald. Otros textos, nuevamente sobre los campos de concentración y los mecanismos de supervivencia a los mismos como los de Primo Levi o Victor Frankl, señalan en similar dirección: la capacidad de resistencia, la resiliencia de las víctimas.En algunos de estos acompañamientos psicológicos, en nuestra particular situación de violencia total y totalitaria –la represión fascista ejercida por el franquismo–, uno recuerda y trabaja mucho más con recuerdos de la resistencia personal como lo eran las canciones a la muerte, “a La Paca”, que cantaban al unísono los condenados en las cárceles y campos de concentración conjurando así el terror ante la amenaza de una muerte cercana y generando cohesión y unidad entre los resistentes, entre las víctimas.
Es con los elementos de resistencia, de resiliencia, en términos psicológicos aceptados y desarrollados hoy (entre otros organismos por la propia Organización Mundial de la Salud), en el apoyo social, la búsqueda de sentido, la cohesión con el grupo, la flexibilidad, el humor, el crecimiento personal, donde preferimos trabajar como profesionales de la intervención psicosocial en emergencias, crisis y catástrofes naturales y humanitarias.
Porque vale más y es más eficaz trabajar con los elementos positivos que hacerlo con los negativos, vale más, y además es la situación más habitual, potenciar los recursos y competencias que tratar de cubrir los déficits y síntomas negativos. La mayoría de las personas que se ven involucradas en situaciones de violencia, en situaciones vitales estresantes, superan con crecimiento estas dificultades, resisten las tensiones y sufrimientos. Esta es la realidad, los hombres y mujeres somos capaces de superar muchas más cosas de las que creemos con el apoyo de nuestros semejantes.
Uno puede fijar la mirada en el dolor, la patología y el sufrimiento que, sin duda, existen, pero también puede hacerlo en los elementos de afrontamiento y resistencia que, sin duda, también están presentes. Se trata de hacer un trabajo desde lo positivo, desde las competencias, desde las resistencias.
Para que este crecimiento y superación se den, uno de los elementos más importantes es que se nos reconozca el papel de víctima, que se nos apoye emocionalmente, materialmente, simbólicamente, desde nuestro entorno cercano y desde la sociedad. Por eso, cuando hablamos de derechos humanos, de los derechos de las víctimas, de todas las víctimas, hablamos de verdad, justicia y reparación. Y por eso, cuando hoy en nuestro país, con argumentos basados en, por ejemplo, el olvido supuestamente terapéutico –el mismo que emplearon en su tiempo Pinochet o Videla u otros para defender leyes de amnistía e impunidad a los crímenes cometidos–, se intenta hurtar el derecho inalienable y universal de las víctimas a ser reconocidas como tales, conocer lo ocurrido, obtener justicia y recibir reparación, uno no puede sino estar, por coherencia y en función de lo aprendido, con ellas, acompañándolas en la pelea por el reconocimiento de lo obvio.
Ante crímenes de lesa humanidad como los cometidos por el franquismo, no caben medias tintas, caminos intermedios. Hay que comprometerse en el apoyo y acompañamiento a las víctimas como antes las víctimas de la otras violencias en la guerra recibieron este apoyo, acompañamiento, reparación, verdad y justicia.
Puede haber parones judiciales aparentes, como lo es quizás lo recientemente sucedido con Garzón, momentos de euforia al encontrar una fosa, momentos de decepción al no recibir apoyo, pero, como canta León Gieco de manera admirable: “Todo está guardado en la memoria, sueño de la vida y de la historia… La memoria despierta para herir a los pueblos dormidos que no la dejan vivir libre como el viento”. Siempre despierta, como la justicia que se reclama y proclama, aunque a algunos no les convenga y traten de taparla como ocurrió en Argentina, en Chile o ahora en nuestro país.
José Guillermo Fouce es profesor de la universidad Carlos III y coordinador de Psicólogos sin Fronteras Madrid
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