martes, 9 de septiembre de 2008

Artículos.

Fuente: El Plural, Información de Alacant, Levante-EMV, Diari de Mallorca.

Carlos Carnicero
El Zumbido

¿Para qué ha servido la Ley de Memoria Histórica?

Una de las razones esgrimidas por José Luis Rodríguez Zapatero para sacar adelante la Ley de Memoria Histórica fue la necesidad de reconocer la dignidad de las víctimas asesinadas por el franquismo y establecer las indemnizaciones que en su caso quedaran pendientes. La dignidad más elemental consiste, sin duda, en el reconocimiento de que se trató de ejecuciones ilegales o asesinatos y en disponer lo necesario para enterrar en lugar adecuado a quienes yacen en el anonimato o en las cunetas. Desarrollar la ley exigía establecer las medidas para que esos objetivos pudieran desarrollarse con la mayor celeridad.

Que el presidente del Gobierno apoye y celebre la iniciativa del juez Baltasar Garzón es reconocimiento implícito de ineficacia en la gestión de la administración porque el magistrado no ha hecho otra cosa que ocupar el vacío que ha dejado el Gobierno al no disponer de las medidas necesarias para el desarrollo de una ley. En definitiva, una vez más, parece que la mencionada Ley de la Memoria tenía una finalidad más propagandística que de efectos reales. Desaparecida la polémica, la ley no se ha aplicado.

Personalmente creo que es un tema que convendría zanjar cuanto antes con unos parámetros sencillos y que debiéramos hacer indiscutibles en el terreno de la política, dejando a los historiadores e incluso a los pseudo historiadores –este es un país libre incluso para los disparates y las ofensas que no tengan carga penal o contra el honor- las controversias sobre lo ocurrido.

El esquema es tremendamente sencillo. La República, con todas sus imperfecciones, era el poder legalmente constituido que fue asaltado por un golpe de estado ilegítimo que vulneró la legalidad constitucional y que tras una cruenta guerra civil degeneró en una dictadura que duró cuarenta años.

Todas las víctimas promovidas por los golpistas y por la dictadura del general Franco tienen el carácter de asesinadas y ejecutadas sin ninguna garantía jurídica y por lo tanto hay que reconocer explícitamente el carácter de esos asesinatos. Tercero, todas las víctimas ocurridas en el periodo comprendió entre el golpe militar y el final de la dictadura tienen derecho a su reconocimiento, incluso las que ocurrieron en el bando republicano si fueron ejecutadas sin juicio y sin garantías de acuerdo al ordenamiento constitucional vigente. Todas ellas tienen derecho a un enterramiento de acuerdo con la voluntad de sus herederos y el estado debe ordenar la investigación y coordinar los medios para poderlos llevar a cabo.

Retrasar medidas tan elementales o dejar que la Justicia haga el trabajo que la ley encarga al Gobierno no es más que constatar el fracaso de una iniciativa que pretendía cerrar con divinidad un episodio negro de la historia de España que todavía permanece abierto.

Carlos Carnicero es periodista y analista político

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Gerardo Rivas
La herida abierta

A pesar de los años transcurridos tengo una herida abierta en mis entrañas que sigue manando deseos de justicia. Algunos dicen que hay que mirar al futuro y no reabrir las heridas del pasado, pero es que la mía nunca se ha cerrado.

Mi abuelo materno, que se llamaba José Rico Martí, fue asesinado recién iniciada la guerra civil en Paracuellos del Jarama. Era empresario y dirigía un negocio familiar heredado de su padre Vicente que aún hoy en día perdura. Uno de los trabajadores de esta pequeña empresa con deseos de venganza por rencillas anteriores, encontró el escenario ideal para que fuese señalado, juzgado y ejecutado sin que mediaran fuerzas del orden, juicio o sentencia condenatoria.

Al término de la contienda tuvo todo el reconocimiento del nuevo orden impuesto por las fuerzas sublevadas e, incluso, a mi abuela le fue concedida una administración de loterías en su condición de “viuda de guerra”.

Ni que decir tiene que durante mi niñez, allá por la década de los cincuenta, fui educado en el rechazo total hacia todo aquello que sonara a comunismo, socialismo o república. Franco era el gran salvador de un país que estuvo a punto de caer en las manos demoníacas de las fuerzas del mal y la Iglesia Católica era su máximo valedor.

En este sistema de valores, creencias y sentimientos en el que fui educado no tuvo nada de extraordinario la relación que establecí con un chico de mi edad que militaba en la pandilla del barrio que rivalizaba con la mía en protagonizar las fechorías propias de la edad. Su abuelo, como el mío, también había sido víctima del enfrentamiento cainita entre españoles. Pero con sustanciales diferencias: su abuelo había pertenecido al otro bando, su muerte tuvo lugar en los primeros años de la posguerra y, por último, según era público y notorio, no había sido asesinado sino ajusticiado por traidor a la patria en cumplimiento de una sentencia dictada por un tribunal sumarísimo.

Cuando le veía el odio se adueñaba de mi voluntad y mi comportamiento hacia él era todo lo cruel de lo que es capaz una mente infantil que carece de los amortiguadores de la conducta que aparecen con la edad. Pareciera como si el asesino de mi abuelo se hubiera reencarnado en su persona. Este sentimiento duró desde que tuve uso de razón hasta que empecé a tener conocimiento de lo que realmente había pasado y seguía pasando en aquella oscura España de los años sesenta. En aquel tiempo me enteré de que el abuelo de aquel chico había sido ajusticiado por la fidelidad a sus ideas y por su valentía en defenderlas. Pero ya era demasiado tarde y la herida que me provocó la mala conciencia por mi actitud ha perdurado hasta hoy en día.

No me acuerdo del nombre de mi pequeño enemigo y no he sabido nada de su vida desde que salí del pueblo para iniciar mis estudios universitarios, pero la deuda que tengo contraída con él por el odio sin sentido que le profesé sólo se saldará con el reconocimiento que se les debe a todos aquellos que durante tantos años sufrieron el desprecio de la sociedad porque ellos, o sus familiares, habían sido leales a una digna causa y la defendieron a costa de sus propias vidas. Las heridas no se reabren cuando éstas no han sido debidamente cerradas.

Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas

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ALFONSO ALFONSO GÁLVEZ
De la memoria histórica

02:41 Si lo de la Memoria Histórica no fuera más que un recuerdo, si éste recuerdo resultara desagradable, no habría más que olvidarlo, la oportunidad de hacer esta Ley después de tantos años, no puede servir de pantomima a muchos españoles, que al no tener recuerdos dolorosos por ser de los que o no perdieron nada, o de los que aunque perdieran, fueron recompensados de una forma u otra por el Régimen, dicen donde los quieren escuchar, que se está intentando abrir viejas heridas, que no es necesaria esta Ley, que ya está todo superado. Lo de la memoria histórica es un intento por parte de los que perdieron mucho o casi todo, de pedir ahora, porque antes no se hizo, justicia y o reparación para los que aun viven y o para sus parientes cercanos, muchos de ellos perdidos en fosas comunes y casi anónimas, saben que es imposible pedir justicia ahora y llegan a conformarse con poder identificar sus huesos; es cierto que el tiempo y el miedo les impidió en otros tiempos obtener lo que ahora reclaman con todo el derecho del mundo, poder reconocer los restos de sus familiares. No podrá nadie negar lo sublime que resulta este gesto altruista, de parte de los que aun en posesión de la razón y de la ley, han aceptado los efectos de la Memoria Histórica, en la mayor parte de los casos, no es más que un mínimo resarcimiento humano, en referencia con los sangrantes hechos ocurridos durante la dictadura; hace unos días el señor Fraga que perteneció a alguno de aquellos gobiernos, tildó la ley de innecesaria porque según él, "los otros también hicieron muchas barrabasadas", peregrino argumento éste, pues las injusticias, no conocen de bandos y no dudaré yo de que en ambos ocurrieran, lo que pasa es que cuando se gana una guerra, se reparten los botines entre los triunfadores en forma de prebendas, canonjías y empleos preferentes a los que el señor ex ministro, llegó a tiempo de disfrutar parte de ellos. Los sepultados en las cunetas no disfrutaron ni de la vida, sus deudos, no tuvieron por lo general ni buenos empleos, ni prebendas ni facilidades para una situación digna, más bien al contrario, eran señalados por "rojos", desafectos o familiares de..., y estuvieron siempre apartados de la vida social de la época durante muchos años, incluso ahora, aun hay pueblos en nuestra España, en los que no se ha superado ese miedo de que les miren mal y de que murmuren a sus espaldas.Muchas personas en estos pueblos y en otros, aun recuerdan que a sus abuelos les apartaron de sus puestos de maestros de sus empleos oficiales o municipales y o similares por lo del color, otros porque vieron a sus abuelas sin pelo por el castigo ejemplar que las imponían por lo mismo y otros porque perdieron a sus esposos enfermos de tuberculosis o tifus al terminar la contienda, enfermedades muy comunes en aquellos tiempos y fueron condenados a vivir en la miseria o casi en la indigencia, desde luego sin amparo: ¿Qué parte de la ley puede reparar unas situaciones como aquellas?, ¿cómo se puede compensar las imágenes y la visión de aquellos niños de entonces que aun viven ahora que iban a ver a sus padres encarcelados, por el hecho de haber defendido su ley, su bandera y su Constitución? ¡Ah!, ¿y cómo amparar también a aquellos modestos comerciantes de entonces, señalados por su color y perseguidos con saña por las fiscalías de tasas de la dictadura, a cuyos comercios sancionaban sin medida ni control hasta arruinarlos para siempre? La Ley de la Memoria Histórica no puede reparar nada de todo esto; pues bien, a pesar de ello, parece que por el síndrome del ganador, no comprenden que el bando de los perdedores quieran recuperar y conocer dónde están los restos de sus familiares, algo así como aquello de -¡como a mi no me duele, no le duele a nadie!, aunque en el fondo, los que ganaron, aun parecen querer actuar como los antiguos feudales: -¡Los perros ladran, y aunque nosotros cabalgamos, sus ladridos molestan!-¡Pues eso, echémosles unos huesos para que se callen!Sólo que en este caso, ¡los huesos que les echan son los de sus propios muertos! (Ah, yo nací a finales de 1940, pero creo que la justicia es siempre necesaria, no hay que temerla.) Alfonso Alfonso Gálvez es empresario de Orihuela.

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ANTONI GÓMEZ
Es tracta, justament, de tancar ferides

No es tracta de reobrir ferides, senyor Rajoy, es tracta, justament, de tancar-les. La decisió del jutge Baltasar Garzón d´obrir una investigació a l´Audiència Nacional sobre els desapareguts de la Guerra Civil i el franquisme, com anteriors actuacions judicials seues, ha generat una gran polèmica. El líder de l´oposició, Mariano Rajoy, ha expressat la seua legítima opinió i ha manifestat que no és partidari de reobrir les ferides del passat. No sé si la via penal és l´adequada o, com han assenyalat determinades associacions de jutges, hauria sigut més coherent seguir la via administrativa i haver-li donat un impuls polític a aquest assumpte. Tanmateix, allò ben clar és el dret que tenen els familiars de les víctimes de la repressió franquista de saber on estan les restes dels seus familiars per soterrar-los amb la dignitat que es mereixen. Soterrar els seus morts, és una qüestió tan senzilla, humana i civilitzada com aquesta. Les persones que pagaren amb la seua vida la despietada repressió franquista es mereixen un grandíssim respecte. Ja és hora de reconéixer aquesta antiga ignomínia. Ja no es tracta de furgar en la vella ferida dels dos bàndols d´espanyols enfrontats civilment i de la necessitat de mirar endavant per oblidar el passat i construir el futur junts, etcètera?, aquesta cantarella que en el seu moment tingué un gran predicament i que dretes i esquerres acceptaren en la transició política amb gran sentit comú i responsabilitat no té hui en dia, afortunadament, cap sentit. És a dir, la democràcia espanyola està suficientment madura com per a poder afrontar aquest tema sense cap acritud ni atàvics sentiments d´enfrontament o revenja. Espanya i els espanyols són diferents, les coses han canviat de dalt a baix. Això no obstant, cal dir que en la Guerra Civil, encara que a fi de comptes vam perdre tots, sens dubte, van haver vencedors i perdedors. Sobre els vencedors ja ho sabem tot, hagueren molts anys de victòria, manipulació, glorificació i propaganda. En canvi, sobre els perdedors vam haver d´ajornar el reconeixement cívic i el respecte que es mereixien perquè resultava improcedent remoure les aigües. Amb naturalitat, amb dignitat i justícia democràtica, ja és hora d´acabar amb el tractament políticament correcte que ha tingut la guerra al llarg de dècades. Evidentment, està superat aquell trauma civil, encara que no oblidat. Ara no cal parlar de quin tipus de terror fou més terror, si el sistemàtic, organitzat i militarment dirigit dels nacionals o aquell que va ser resultat del caos més absolut i la impotència política dels governants de la República. El terror és el terror, vinga d´on vinga. Deixem que els historiadors treballen desapassionadament.

Ara bé, hem de ser justos amb tots. Si al llarg d´anys hem vist durant el franquisme grandiloqüents monuments públics ubicats normalment a les grans places de pobles i ciutats dedicats a honrar la memòria dels màrtirs nacionals de la guerra, de justícia serà que rescatem ara de les fosses comunes les víctimes republicanes. Víctimes que de vegades no eren ni republicanes, eren gent del poble sense etiquetes, gent pobra, això sí, que per alguna circumstància fortuïta van caure dins de l´aparell exterminador i indiscriminat del terror. Honrem ara les víctimes del franquisme, és el moment. La repressió va exterminar persones amb una gran brutalitat i en molts casos sense vincles directes ni amb la política ni amb les armes. És clar que els rojos també ho feren. Però la diferència és que els nacionals, amb la col.laboració d´italians i d´alemanys, practicaren una repressió militar sistemàtica que va afectar fins i tot la població civil: ancians, dones i xiquets. Hi ha multitud de casos documentats, segons han constatat els historiadors. Antony Beevor, per exemple. O entre nosaltres el colpidor testimoni del bombardeig del mercat d´Alacant, rescatat per l´escriptor alacantí Miguel Ángel Pérez Oca. Amb això vull dir que la dimensió humana de la repressió franquista no fou qualsevol cosa. Una dimensió amagada a la llum perquè en temps de la jove democràcia podia semblar políticament incorrecte per por a despertar el presumpte monstre de la discòrdia civil entre espanyols. No es tracta de jutjar els botxins, això ja no té sentit, ja estan sent jutjats per la història, que no és poc, en la meua opinió. Es tracta de no tindre por al coneixement històric, com ha escrit l´historiador Ángel Viñas. Si tretze associacions espanyoles de familiars de desapareguts han presentat denúncies davant l´Audiència Nacional perquè volen saber on estan soterrats els seus familiars per poder honrar-los, és de justícia que tothom els preste atenció i molt de respecte, no cal dir-ho. Cal elaborar un cens de les víctimes del franquisme, cal soterrar-les, cal honrar-les, cal saber exactament com van morir i què va passar per evitar que torne a repetir-se una experiència tan salvatge i cruel, per dir-ho amb bones paraules. Es tracta, justament, senyor Rajoy, de tancar ferides perquè es consolide un futur polític amb veritable tolerància, llibertat, dignitat i respecte civil perquè en definitiva tots pertanyem al mateix bàndol: el de la democràcia.

*Escriptor i periodista.
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Llorenç Capellà
Tots en el mateix sac

La retirada de la simbologia feixista dels espais públics de Manacor s'està portant a terme de manera encomiàstica. I el mèrit principal correspon a Antoni Pastor, un batlle del Partit Popular. Ha enderrocat el monument que commemorava la victòria del Comte Rossi a Porto Cristo (l'esquerra mai no hauria gosat fer-ho!) i va assistir al darrer acte celebrat en memòria de les víctimes de Son Coletes.

Tanmateix, la dreta –la dreta d'onsevulla i la de Manacor més que cap altra–, tocant a les reivindicacions de la memòria històrica, té unes ganes que no és de dir de tancar la porta, rodar la clau i llançar-la a la mar. Això fa que doni suport de tot cor a les mogudes de reconciliació que propiciïn un totum revolutum en el qual les responsabilitats quedin diluïdes en la boira del passat. De tant en tant, el PSOE li dóna una mà.

Ara mateix, els socialistes de Manacor acaben de proposar un homenatge municipal a totes les víctimes de la Guerra Civil, i Antoni Pastor i el grup conservador s'hi han afegit sense pensar-s'ho gaire. De manera que si tot va com va i en el pròxim ple aproven el contingut de l'acte comunitari, repicaran campanes, volaren coloms i en el cel dels hipòcrites el Capità Jaume convidarà a berenar de sobrassada amb mel a tots els manacorins que va fer assassinar. Tanmateix, espero que els uns i els altres s'ho repensin i retirin la proposta, per inadequada, de l'ordre del dia. Zapatero invoca la reconciliació.

Però és una pretensió absurda, la seva, perquè entre democràcia i totalitarisme no hi ha cap punt de coincidència. Anem a pams. El dinou de juliol del trenta-sis, militars i gent armada ocuparen els carrers de Palma i segrestaren les institucions públiques. A Menorca i a molts d'indrets de la Península no ho aconseguiren i, en conseqüència, va començar una guerra de tres anys que va acabar amb italians i alemanys desfilant per Madrid i la substitució de la República per la Dictadura. Que alguns historiadors al·leguen el desordre social, el separatisme o l'anticlericalisme per justificar el cop d'Estat? Excuses! Xerrameca vergonyant.

La realitat és una: a punta de pistola i amb violència extrema, els colpistes segrestaren la dignitat cívica. Tocant a Mallorca, els militars i els homes que ocuparen el carrer amb les armes són responsables directes o subsidiaris d'un miler de persones assassinades, de les presons a vessar de gent innocent, de les famílies destruïdes, de les morts de pena i de fam, del dolor i la rancúnia per sempre més, dels ulls secs després de tantes llàgrimes, dels cadàvers encara ignorats a pous i fosses comunes.

Però també ho són de la claveguera on nasqueren, cresqueren i visqueren les generacions posteriors i de la llosa que va cobrir-la. Vull dir que aquesta gent que va provocar una guerra i un milió de morts, també és responsable dels quaranta anys de dictadura, de l'educació hipòcrita, de l'empobriment moral i de la repressió en majúscules (ideològica, sexual, lingüística, etcètera). No parlem, per tant, d'una confrontació d'idees, sinó del segrest, per part d'uns, de la dignitat col·lectiva. És cert que a la dreta també hi va haver víctimes innocents.

Aquells joves que enviaren al front i moriren sense saber ben bé per què, com havien mort els seus padrins a Cuba o a Filipines; aquelles persones que foren assassinades per la seva vocació religiosa o per la seva adscripció conservadora; les que moriren, fins i tot, víctimes d'un bombardeig. Ara bé, si és cert que en referir-nos a individualitats podem parlar de víctimes en ambdós bàndols, quan ho fem de comportaments col·lectius, com es pretén fer a Manacor (homenatge a totes les víctimes de la Guerra Civil) la cosa put a manipulació històrica i ideològica. Ho dic clarament: el cumbaià proposat pel PSOE em sembla d'una frivolitat insultant. Del suport entusiàstic que li donen PSM, ERC o Els Verds, val més no parlar-ne.

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¿DONDE ESTA?

¿DONDE ESTA?
IN MEMORIAN