Fuente: Correo de Andalucía.
Sevilla Carmen Rengel 08/09/2008
Susana tenía cinco años cuando mataron a su padre. No sabe si acabaron con él a golpes o si lo fusilaron. No sabe dónde está enterrado, si es que lo está. Por eso lleva años batallando con el Ayuntamiento, pidiendo reuniones y entrevistándose con políticos “que se hacen los sordos”. Tras el impulso de Garzón a la investigación, espera, todo va a cambiar.
“Digo yo que si lo ordena un juez, y más un juez como éste, el Ayuntamiento tendrá que ayudar de una vez, ¿no?”. La voz de Susana Vecino suena entre triste e indignada, entre ilusionada y escéptica, entre cansada y fuerte. Lleva toda la vida aguardando el momento de devolver la dignidad a su padre, Antonio, muerto en los primeros meses de la Guerra Civil. Nunca supo cómo moverse, a qué puerta llamar, qué tecla tocar.
Sólo hace unos cinco años, a través de los medios de comunicación, conoció el trabajo de la Asociación Andaluza Memoria Histórica y Justicia, contactó con uno de sus portavoces, Cecilio Gordillo, y comenzó su lucha. “He escrito mil veces al Ayuntamiento, he asistido a reuniones en las que todo el mundo nos sonríe y nos pone buena cara pero nadie nos da soluciones... Y estoy cansada. Ha llegado el momento de que hagan algo”, añade.
Cuando Susana escucha que el Gobierno local ha dado orden ya al Archivo Histórico para que rescate las fichas de unos 8.000 represaliados de la contienda y su posguerra, guarda silencio, suspira y responde: “No me fío de las buenas palabras. Quiero ver la lista y quiero saber qué pasó con mi padre”. Dice que nunca ha recibido respuesta a su petición de un censo de víctimas. Que “hay mucha gente perdida y muchas cuentas que ajustar”. Que necesita “irse” sabiendo lo que pasó.
Su caso es un ejemplo, otro más, de pasado amargo y heridas por cerrar. Otra pregunta sobre la guerra que ha pasado de generación en generación y todavía sigue sin respuesta. Emocionada, relata que a su padre lo sacaron de su casa, en Ciudad Jardín, porque un policía retirado lo denunció a las autoridades de la ciudad tras el alzamiento nacional. Antonio Vecino, de 30 años, simpatizaba con el Partido Comunista, pero “nunca” fue un dirigente político.
“Mi padre se dedicaba a su oficio y pensaba como pensaba. Ya está”, apuntilla su hija. Afirma que el vecino que lo delató le tenía “envidia” porque Antonio siempre encontraba trabajo, siempre sobrevivía, pese a los malos tiempos. “Mi padre era mecánico en una fábrica de corcho y, cuando cerró por la guerra, montó un kiosco de chucherías. No nos iba mal y eso hay quien no lo perdonaba”, explica Susana.
Desde su casa de Miraflores, a sus 77 años, la mujer asegura que su progenitor estuvo unos dos meses preso, tiempo en el que su madre o su abuela, sin falta, le llevaron cada día su desayuno, su comida y su cena a Capitanía, el cuartel general donde lo retenían. Era lo único que podían hacer por él. Susana pudo verlo allí gracias a una vecina. “Era muy risueña, muy simpática; se acercó a los soldados, con su uniforme de criada, y los convenció para que me dejaran ver a mi padre. Yo entré y estuve con él unos minutos. Fue la última vez que lo vi”, recuerda. Ella era entonces la mayor de tres hermanos, y apenas tenía cinco años.
Un día, cuando su madre, Josefa, fue hasta los calabozos, se encontró con la temida respuesta. Que se fuera, que se marchara, que su esposo no estaba allí. Es como si hubiera desaparecido. Eso, en aquellos días, significaba lo que significaba. Nada bueno.
Ahí comenzó la búsqueda que aún no ha acabado. “Mi abuelo –explica Susana– se fue corriendo al cementerio, a ver si lo encontraba en la tapia de San Fernando en que se hacían los fusilamientos. Lo hizo muchos días, vio muchas fosas, pero siempre lo echaban de allí y no podía ver si mi padre estaba entre los muertos”. Por eso nadie de los suyos supo nunca, ni sabe hoy, dónde está.
Represalias
Eso es lo que escuchaba en todos los colegios de Sevilla. No había sitio para los hijos de un muerto que no estaba legalmente muerto. Mientras, mantenía a los suyos cosiendo lo que podía. Todo se complicó cuando su abuela, que trabajaba en Aviación, fue despedida. “Toda la vida penando”, resume Susana. Ahora, rozando los 80, reconoce que sólo quiere “un poco de justicia y de paz”. “A ver si este juez me lo da de una vez”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario