martes, 7 de octubre de 2008

La historia que nos contaron fue una historia mal contada

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Fuente: http://www.ideal.es/granada/
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La historia que nos contaron fue una historia mal contada

07.10.08 -

JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ ROJO

EN un intento simplificador alguien clasificó las palabras en perturbadoras y placenteras y las comparó con armas arrojadizas que pueden provocar angustia o sosiego

En estos días en los medios de comunicación hay un ruido perturbador de palabras cuando se habla de la memoria histórica; algunos historiadores prefieren hablar con más rigor de recuerdo histórico. La petición del juez Garzón -providencia en términos jurídicos- para recabar información sobre la represión ejercida en la guerra civil española y en la interminable dictadura del general Franco ha levantado en algunos sectores una visible incomodidad que se transmite en palabras perturbadoras contra quienes consideran razonable su iniciativa, como ocurrió hace años cuando inició el procesamiento del dictador Pinochet.«Lo pasado, pasado está»; «para qué remover viejas heridas», «hay que mirar hacia adelante», -frases rotundas y perturbadoras de Rajoy y Cospedal, máximos representantes del Partido Popular-, como si mirar hacia atrás para satisfacer la dignidad de miles de víctimas impidiera mirar también hacia el futuro. La rotunda frase ciceroniana «la historia es la maestra de la vida y testigo de los tiempos» es una elocuente referencia de que no hay que oponerse a la petición serena y argumentada de los familiares para poder recuperar los cuerpos de sus familiares, víctimas de la terrible y prolongada represalia de la dictadura franquista, que aún hoy, treinta y tantos años de vida en democracia, yacen olvidados en fosas comunes.

No importa tanto si son muchos o pocos, aunque hubiera una familia sería suficiente. El dolor y la dignidad no se miden sólo cuantitativamente. El juez ha recibido en estos días una documentación exhaustiva, siguiendo el formulario de Naciones Unidas, con un total de 114.849 en provincias totalmente investigadas y unos 15.288 en provincias parcialmente investigadas. ¿Habrá que recordar acaso las dificultades encontradas por los investigadores en acceder a archivos y fuentes de información? Durante los años de la dictadura los archivos, donde investigar expedientes, causas judiciales, procesos sumarísimos, estuvieron cerrados a los investigadores que querían conocer la verdad. Otros países como Alemania, Francia, Chile, Argentina e incluso Rusia a pesar de la apatía de gran parte de su sociedad, han abierto sus archivos y condenado los crímenes de sus dictaduras (Viñas en 'El miedo al conocimiento histórico', 5/9/2008)

La historia que nos contaron fue una historia mal contada, tergiversada. Durante los muchos años de la dictadura en los centros educativos la historia de los vencidos fue olvidada. Es esclarecedor el estudio de la historiadora Carolyn P. Boyd 'De la memoria oficial a la memoria histórica: La guerra Civil y la dictadura en los textos escolares hasta el presente' sobre cómo los libros de textos trataron este tema de la guerra y la dictadura (en Santos Juliá (Dir.) 'Memoria de la guerra y del franquismo', pp. 79-99. Ed. Taurus, 2006).

No es desdeñable que la sociedad española suficientemente democratizada apoye «sin ira y sin deseo de venganza» la petición justa y razonada de la generación de los nietos de la guerra que reclaman como ciudadanos de pleno derecho la milenaria y digna costumbre de poder enterrar con la dignidad debida a sus muertos que por miles todavía yacen en fosas comunes.

Francisco Espinosa Maestre, otro de los historiadores que ha investigado la represión en Andalucía, lo recordaba: no se trata de abrir un correlato de la Causa General que hizo el franquismo con los muertos a manos de los republicanos, que nadie niega, ni «castigar a los responsables de la represión de la dictadura sino identificar a las víctimas, facilitar la información a sus familiares y permitir su digna sepultura» ('De fosas y desaparecidos', 10 de septiembre, 2008). Es algo más simple que no se puede rechazar con alusiones anacrónicas de abrir las tristes heridas de una guerra incivil.

El franquismo durante muchos años buscó a los muertos que le convino y en muchos casos con la ayuda de la Iglesia Católica a muchos los honró como mártires y los convirtió en 'beatos', -hoy lo sigue haciendo-, perpetuando sus nombres en las fachadas de catedrales y templos. ¿No es una incoherencia y un contrasentido, por no emplear términos más fuertes, que Rouco, el cardenal de Madrid, defienda que la Ley de Memoria Histórica es «innecesaria», añadiendo que el problema que esta ley pretende solucionar no debe «trasladarse a otras generaciones» (Bedoya, 'Rouco ataca la memoria histórica por trasladar la Guerra Civil a los jóvenes' en 'El País', 25/9/2008). ¿Por qué ellos sí y los familiares de los vencidos sin sepultura digna no pueden recordarlos públicamente?

La condena del franquismo llegó tarde pero era necesaria. Frente a una historia alterada y tergiversada, se impone el recuerdo histórico: «El Congreso tarda 25 años en condenar por unanimidad el franquismo. Reconoce a todas las víctimas de la Guerra Civil y a cuantos padecieron la represión de la dictadura» (IDEAL, 21 de noviembre del 2002).Es una obligación cívica y moral divulgar con rigor histórico las páginas de nuestra reciente historia, aunque sean dolorosas y sumarnos a las voces de quienes piden una digna sepultura para «cerrar heridas todavía abiertas».

¿Habrá alguien tan insensible para no escuchar estremecido las palabras de una hija en la evocación inolvidable de la muerte de su padre Agustín, maestro de maestros, asesinado en las tapias del cementerio San José de Granada el 12 de septiembre de 1936?

«La herida de tu muerte permanece , duerme conmigo, al fin y se despierta en el albor de las mañanas. Que digan lo que quieran los que quieren ceniza sobre el tiempo, borrar un genocidio, historia terminada, borrón y cuenta nueva. Pero yo lo repito: no se ha cerrado nada, ninguna llaga abierta, mientras sigan rodando los huesos de los hombres, mendigos de una casa, lejos, en tumbas descomunales, desprovistos de afectos y cipreses» (Mariluz Escribano Pueo en 'Al alba', IDEAL, 11 de septiembre, 2008).

¿Qué más se puede añadir? ¿Quién se atreverá a decir que no hay que abrir viejas heridas y que hay que mirar al futuro? Muchos, no sé cuantos, Mariluz, pedimos y deseamos que se cumplan tus deseos: «Que un centón de palomas vuele alto en tu tumba, que el gorrión de tu infancia regrese y te desvele».

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