sábado, 6 de septiembre de 2008

Artículos.

Fuente: El Periódico, Levante_EMV.

JOAQUIM MontclúsHistoriador
Tras la petición de la lista de fusilados en la guerra civil que ha hecho el juez Garzón a la Iglesia, los obispos tienen una nueva oportunidad de demostrar que van por el camino de la reconciliación y que la memoria histórica es igual para los vencedores que para los vencidos.Los libros de registros de las parroquias son una buena herramienta para indagar acerca de las personas fusiladas o desaparecidas en los años de la guerra. La Iglesia, aunque sea por caridad cristiana, tiene el deber de colaborar. Ella ha podido beatificar y hacer los homenajes correspondientes a sus mártires, pero muchos de los vencidos no han tenido funerales ni alabanza alguna, porque aún constan como desaparecidos.Son muchos quienes piensan que la Iglesia española debería pedir perdón por su colaboración con los sublevados y la dictadura, aunque lo ven muy difícil, porque también piensan que muchos de sus obispos, como se demuestra cada día, siguen identificándose con el franquismo. Ahora, estos obispos tienen una nueva oportunidad de demostrar lo contrario.
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MATÍAS VALLÉS
Garzón versus Franco
Un articulista puede hacer votos de no escribir ni una línea más sobre Britney Spears o George Bush. Sin embargo, la destreza en la esquiva no impedirá que su pluma vuelva a cruzarse con Baltasar Garzón «inexorablemente» -por recurrir al adverbio que Fernández de la Vega asocia a la justicia. Sin mediar provocación periodística, ya se encargará el juez de polarizar la atención sobre su persona. El funcionario más controvertido de la España contemporánea obliga a un alineamiento previo, por lo que este texto viene firmado por un admirador del juez que, antes de desafiar a Franco, ya logró que fructificaran iniciativas descabelladas en apariencia. Por no remontarse al GAL, el cerco al entorno de ETA o la detención de Pinochet han marcado irreversiblemente la historia española y mundial. Las resoluciones del magistrado de la Audiencia Nacional surten efecto, aunque no siempre en forma de sentencia.El pleito Garzón versus Franco debería subtitularse España como problema penal. Tras la muerte del dictador en la cama de torturas, el país más inesperado de Europa protagonizó un ejercicio de rehabilitación colectiva sin precedentes. La transición española ha sido imitada con deliberación y distinta suerte en geografías variopintas, entre las que figuran Polonia y Sudáfrica -Mandela invita a sus carceleros a la investidura presidencial-. En los años setenta, se había recorrido la mitad de la distancia que separa hoy a los españoles de los crímenes del franquismo. Pese a ello, los cambios vertiginosos se sucedieron sin demasiadas turbulencias en el retrovisor. El prodigio de la evolución a la democracia supera incluso en magnitud al milagro de la agregación, por el que millones de votos disparatados -algunos de ellos guiados por el irresistible peinado del candidato- orientan a las sociedades democráticas hacia el gobierno ideal.En el lado positivo, el apasionamiento con la memoria histórica demuestra que la crisis económica no debe ser tan grave como se predica. El ansia por la elaboración de un censo de desaparecidos con finalidad punitiva -dado que lo gestiona un juzgado de Instrucción- no se reconcilia fácilmente con la entusiasta participación en los Juegos de Pekín, o con la euforia de ribetes eróticos que ha saludado al estreno del Che de Benicio del Toro. Los familiares de las víctimas merecen reparación e indemnización, aparte del reconocimiento inmenso por la suspensión de sus reivindicaciones legítimas en aras de la convivencia. Sin embargo, los allegados de los culpables a quienes ahora se pretende penalizar también firmaron un pacto, por el que se clausuraba una época con concesiones mutuas. La alianza fue sellada por políticos como Santiago Carrillo o Marcelino Camacho. La democracia abre las puertas de las habitaciones llenas de humo, pero respeta los consensos. Todos los países libres, empezando por Estados Unidos, se asientan sobre una contradicción. No sólo las sociedades, también las personas se hacen trampas constantemente sobre su pasado, si bien, según sentencia el comunista Hobsbawm, una tradición siempre es una invención.Puestos a jugar con fuego, la investigación penal debe extenderse a una cuidadosa revisión del procedimiento seguido para el cambio de régimen, del que no quedará exenta la transición judicial. Adolfo Suárez, el mayor santo laico de la política contemporánea, cuenta en su currículo con el cargo de ministro secretario general del Movimiento, enseña del franquismo paráclito y paralítico. Al primer presidente del Gobierno electo no se le exigieron cuentas, entre otras cosas porque andaba muy ocupado construyendo una democracia.A la postre, el desinterés futbolístico desactivará Garzón vs. Franco con mayor efecto corrosivo que cualquier opinión. Llevando la situación al extremo, es fácil despeñarse hacia la Polonia de los gobernantes gemelos, que se inventaron un certificado de pureza ideológica. El magistrado de la Audiencia es un agitador de conciencias, con una valoración entre la opinión pública que para sí quisieran políticos y periodistas. Esta constatación autoriza la disidencia, porque el mayor error que puede cometer un valiente consiste en equivocarse de enemigo. Volviendo a Mandela, tras casi tres décadas de cautiverio le comentó a Bill Clinton que «si pienso en mi prisión, la sigo llevando conmigo».

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¿DONDE ESTA?

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IN MEMORIAN