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La obligación de recordar
Reivindicar la memoria y reconocer los errores es el único medio de no equivocarse de nuevo
La controvertida actuación del juez Garzón ha devuelto a primer plano de la actualidad el debate sobre la Ley de la Memoria Histórica. Un debate que, a mi parecer, nunca debería haber existido. Reivindicar la memoria de aquellos que nos precedieron, saber de dónde venimos y reconocer los errores del pasado, es el único medio de no equivocarse de nuevo. Máxime cuando, como en este caso, se trata de reparar una trágica y terrible injusticia histórica.
Devolver a muchas familias la memoria de los suyos, saber qué fue de ellos o reintegrarles sus restos para darles el destino que cada cual crea más oportuno, ya no es cuestión de política o de ideología, es simplemente un acto de humanidad.
A vueltas con la TransiciónHacerlo no tiene porqué reverdecer antiguos rencores ni estimular, con odios nuevos, atávicos deseos de venganza. Tampoco tiene porqué contravenir el espíritu de la Transición. Invocarlo como un pretexto que cubra con el olvido pasadas arbitrariedades, sería traicionarlo. La Transición fue, sin duda, un ejemplar ejercicio de concordia entre las dos Españas, ese término tan manido, pero siempre vigente. Pero, como bien dijo recientemente Iñaki Gabilondo, también fue “un ejercicio de generosidad asimétrica”. Un esfuerzo colectivo hecho desde la prudencia y a favor del entendimiento, pero en el que los perdedores de la guerra renunciaron generosamente a pasar factura del pasado.
Una cuestión de justicia…
La concordia no es tal sin justicia y la reivindicación de la memoria de aquellos que fueron víctimas de la intolerancia franquista antes, durante y después de la Guerra Civil, es un tema de justicia histórica. Una justicia que hay que impartir ahora, cuando todavía puede servir de consuelo a hijos, hermanos, compañeros y amigos, esas otras víctimas, aunque incruentas, de la misma represión. ¿O para pedir perdón hay que esperar 400 años, como ha hecho el Vaticano con el filósofo Giordano Bruno muerto en la hoguera en 1600 por suscribir la teoría heliocentrista?
...y de humanidad
¿Quién que se llame humano puede negar a una familia el derecho a enterrar a sus muertos o a saber qué fue de un familiar desaparecido? ¿Bajo qué espurios intereses puede nadie oponerse a que se reivindique la memoria de los represaliados republicanos cuando, a lo largo de cuarenta años, los caídos del bando victorioso eran homenajeados públicamente, mientras sus deudos recibían honores y recompensas? Posiblemente, solo aquellos que rehuyen, por temor, enfrentarse al pasado; o quienes no recuerdan su propia historia.
Haciendo memoria
A estos últimos, hay que refrescarles la memoria. Recordarles que la II República, proclamada el 14 de abril de 1931, era un régimen legítimo, nacido de la voluntad popular expresada a traves de las urnas en las elecciones municipales celebradas el 12 de abril. Y, contra ese régimen, legalmente establecido, se levantó una parte del ejército, secundado por la derecha política y por la mayor parte de la jerarquía de la Iglesia Católica.
Las armas no eran necesarias
Habrá quien diga que, por entonces, la España republicana estaba sumida en el caos social y político. Ciertamente, desde febrero de 1936, tras el triunfo en las urnas del Frente Popular, las posturas políticas se habían radicalizado y España no era precisamente una balsa de aceite. Pero hay muchas formas de defender unas ideas y las armas nunca son el camino adecuado. Mucho menos, cuando la II República mantenía abiertos los cauces para llevar a cabo una política de oposición parlamentaria y democrática. Porque, como ha dicho Ingrid Betancourt al recibir el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia, "nadie puede sacrificar a un ser humano en el altar de su ideología, de su religión o de su cultura”.
La larga posguerra
El resultado del golpe de estado de julio de 1936 lo conocemos todos: tres años de horror y una larga, larguísima, posguerra; con ella, la pérdida de las libertades y la marginación moral, social, ideológica y económica de una gran mayoría de españoles.
Es justo poner las cosas en su sitio
Es verdad que nadie fue totalmente inocente. Cierto que se cometieron errores, trágicos errores, en ambos bandos. Porque es sabido que en una guerra todas las manos se manchan de sangre. Pero justo es que, a setenta años vista, la ley ponga las cosas en su sitio. Solo así se cerrará definitivamente uno de los más trágicos capítulos de la historia de España. Solo así, los muertos podrán descansar en paz y los vivos evocar serenamente su memoria.María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora
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