sábado, 29 de noviembre de 2008

Represión franquista: historia y memoria (I)

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Represión franquista: historia y memoria (I)

TRIBUNA
JAVIER RODRÍGUEZ GONZÁLEZ


LO QUE ESTAMOS presenciando en España en los últimos años es algo que guarda una estrecha relación con lo ocurrido en Europa y en el mundo en la segunda mitad del siglo XX. La internacionalización de la memoria de la Guerra Mundial, de los horrores sufridos por la población civil, del colaboracionismo con los nazis y de la represión desencadenada por diversas dictaduras militares suscitó un movimiento de reparación moral de las víctimas con las consiguientes peticiones de perdón y las iniciativas de reparación financiera y jurídica tras constituir comisiones de investigación.

En España no hemos sido ajenos a esta nueva dimensión de la memoria, aunque entre nosotros se trata de un acontecimiento como fue la Guerra Civil y la represión de posguerra que produjeron numerosas víctimas; la larga dictadura con flagrantes violaciones de derechos humanos a sus espaldas; y, en fin, de una transición a la democracia. La Guerra Civil ha sido el hecho más dramático y traumático de la historia de España del siglo XX. La guerra marcará violenta y permanentemente tanto la memoria de sus protagonistas directos e indirectos como la de sus descendientes y la de todas las generaciones futuras.

Porque a la crueldad de los tres años de contienda hay que añadir cuarenta años de dura represión, durante los que el terror institucionalizado y la violencia bajo diferentes formas (persecuciones, detenciones, fusilamientos, cárceles y campos de concentración, tortura, hambre¿), el control social, la degradación y la humillación de los vencidos, no sólo añadieron más sufrimiento sino que abrieron aún más, las profundas heridas psicológicas heredadas de la guerra, al tiempo que impedían la más mínima posibilidad de curarlas.

Tras el fin de la guerra lo terrible de la situación de posguerra fue que mientras los vencedores pudieron dedicarse plenamente a superar sus pérdidas, los derrotados física y/o moralmente y sus familias se vieron condenados al peor de los castigos: ser cautivos en su propia tierra, en su propio pueblo, en su propia casa, desposeídos de sus derechos y estigmatizados de por vida.

El franquismo no incluyó en sus planes ni el perdón ni la reconciliación; hasta el 31 de marzo de 1969 no se promulgó el Decreto Ley por el que se declararon prescritos todos los delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939. La implicación activa de una parte de la sociedad civil (la que se sentía vencedora) en el perverso plan de amedrantamiento, terror y marginación social de la dictadura franquista colocó a los vencidos en una situación de permanente sometimiento moral, chantaje emocional, desprecio y humillación.

Resulta difícil entender cómo aquella media España condenada al silencio y al sometimiento de sus iguales pudo sobrellevar, durante tanto tiempo, un destrozo emocional y tan profundo; la feroz represión impuesta a los perdedores de la Guerra Civil no sólo impidió toda posibilidad de superación de los traumas de la guerra sino que añadió una carga abusiva de sufrimiento.

Esas víctimas derrotadas, se vieron obligadas a tragar sus lágrimas y su dolor, a ocultar o renegar de sus ideas, a sentir vergüenza de su condición ideológica, a autoimponerse el más férreo de los silencios; en definitiva, tuvieron que ahogar su propia memoria y con ella toda posibilidad de elaboración, duelo y superación de los horrores de la guerra. En cambio, los vencedores abusaron de la evocación del triunfo, día tras día desde el 1 de abril de 1939 hasta el 20 de noviembre de 1975.

Humillación para los vencidos que se producía 18 de julio tras 18 de julio, fecha que fue convertida en fiesta nacional por los vencedores; 1 de abril tras 1 de abril, fecha en la que nunca se conmemoró la paz sino la victoria, en la que se repudió la reconciliación, se exaltó sin medida al triunfador y se humilló sin límite al derrotado.

Ahora bien, la dictadura que impusieron los vencedores terminó hace más de treinta años y a nuestra democracia le ha costado varias décadas el poner en práctica una política institucional que tuviera como objetivo la recuperación de la historia y la memoria de las víctimas de la represión franquista. (...)
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